lunes, 7 de diciembre de 2020

El cuarto de los objetos olvidados

      He encontrado, perdida entre trastos viejos, una grabación cuyo origen me era desconocido. Uno siempre encuentra, cuando rebusca entre objetos olvidados, cosas que, precisamente por haber sido olvidadas, uno no recuerda haber poseído nunca.

     Esta grabación era una de esas cosas.

     Se trataba de una especie de cinta magnética enrollada en torno a dos ruedas y cubierta de una carcasa de un metal que, en principio, me pareció aluminio, o bronce. Inmediatamente lo asocié a una casete, aunque saltaba a primera vista que no lo era y, por supuesto, no era ninguna de las casetes con las que yo trasteaba en mi juventud.

     No obstante, y dados los parecidos formales, me decidí por intentar reproducir la grabación en un viejo aparato que aún conservaba, diríase de casualidad, en el salón de casa.

     La grabación no contenía música. Contenía una voz, una sola voz que decía ser Marco Aurelio. Sí, Marco Aurelio, el emperador romano. Puedo asegurar que no equivoco la identificación del personaje, pues en sus palabras advertía contra la insensatez de su hijo Cómodo, y hacía predicciones pesimistas sobre su propio futuro y, por ende, el del Imperio.

    Varias fueron las dudas que, en escasos segundos, me asaltaron. La primera tenía que ver con la cuestión técnica, es decir, con la supuesta imposibilidad de que, hace casi dos mil años, Marco Aurelio hubiera podido grabarse en un aparato electrónico parecido, que no igual, a una casete. La segunda duda tenía que ver con el hecho de que esa grabación, una vez realizada, hubiera podido conservarse durante tanto tiempo y, en definitiva, hubiera podido ir a parar entre mis trastos viejos.

    No obstante, lo que más me inquietó fue el tono del mensaje. Aunque últimamente he hecho mis progresos, he de admitir que mi latín dista de ser, aún, perfecto. No obstante, y a pesar, también, de la calidad de la grabación (ya saben, una grabación de tiempos de Marco Aurelio no tiene las calidades derivadas de los HD y Dolbys de los últimos siglos), pude detectar en el emperador filósofo un deje de tristeza que me sumió en la más profunda inquietud.

    No sé si era por la presencia de Cómodo, por la decepción ante su propio hijo, o por la decadencia global del Imperio, que él parece, con lucidez, intuir. El caso es que Marco Aurelio no ve el futuro con buenos ojos.

    Cómodo ya no está, desde luego; tampoco el Imperio Romano. Pero no sé si desde entonces las cosas han vuelto a su cauce o si, más bien, hemos asistido a una decadencia continua de 2000 años. Y, si eso era así, me comencé a preguntar si aún quedaba mucha cuesta abajo o si ya habíamos tocado fondo.

    Pensé en grabar una casete, yo también, y dejarla junto a la Marco Aurelio. No con la intención de suplantarlo; más bien, de complementarlo, de actualizarlo. Dejaría, pues, mi casete junto a la de él, allí, en el cuarto de los objetos olvidados.

    Aunque no le presté demasiada atención, tuve, por cierto, la sensación, en aquellos instantes, de que el objeto olvidado, tanto como la casete de Marco Aurelio, era yo mismo...