lunes, 8 de febrero de 2021

El francotirador no tiene quien le inspire

      Aquello ya empezaba a cansar. No llevaba la cuenta, no era su estilo. Contar las horas que llevaba con el ojo en la mirilla era algo de pedantes, siempre lo había pensado, de gente que solo busca presumir mientras toma unas copas con sus amigos, o para impresionar a las chicas: "Diez horas estuve apuntando, diez, hasta que vi que algo se movía".

     No era su estilo, pero había detalles que eran obvios. Si se había apostado al amanecer y había visto pasar la tarde, y la noche, y vuelta a amanecer, y ahora oscurecía de nuevo, treinta y tantas horas no se las quitaba nadie. Y todo ese tiempo quieto, tumbado, sin comer, sin dormir, apuntando a la ventana tras la que, a cien metros de distancia, se ocultaba el enemigo.

     Cien metros no eran nada. Pan comido para un experto francotirador como él. Solo necesitaba percibir el movimiento tras aquellos cristales rotos.

     Le habían dicho que allí había alguien. Otro cabrón, como él, pero del bando enemigo. Un tío con buena puntería que ya se había cargado a una decena de incautos. Tiros certeros, a la cabeza, infalibles. Sin embargo, en más de treinta horas no se había movido, no había disparado. Sin víctimas, sin movimiento.

     El francotirador comenzó a dudar. Tal vez el tirador enemigo había salido justo cuando él se arrastraba, sigiloso, a tomar posición; igual le habían disparado por la espalda; o le había dado un ataque al corazón; tal vez había muerto de inanición, víctima de la sed y el hambre, parado como un clavo mientras su cuerpo desfallecía. Él conocía bien esa sensación. Su estómago llevaba rugiendo ya una buena cantidad de horas, y notaba la lengua como un trapo seco.

     Decidió que había llegado la hora de hacer algo. El enemigo estaría muerto, seguro. Confiado, se incorporó ligeramente para calmar los calambres. Fue entonces cuando una bala, disparada desde la ventana de cristales rotos, a cien metros de distancia, se introdujo en su frente y le reventó el cráneo.

     Solo tuvo tiempo para pensar en lo bueno que tenía que ser el otro para haberle ganado la partida de esa manera.