lunes, 6 de septiembre de 2021

Visita al infinito

    Pensó atisbar el infinito mirando más allá de las estrellas; intentó comprenderlo con telescopios cada vez más potentes; se propuso alcanzarlo construyendo un cohete. Hasta que vio que no iba a poder dominarlo, ni alcanzarlo, ni comprenderlo, ni tan siquiera atisbarlo.
    Alguien le dijo, entonces, que el infinito estaba en su interior. En el interior de cada uno de nosotros, de hecho, pero, en buena lógica, ¿qué sentido tendría buscar el infinito en el interior de otro cuando sabes que está en tu propio interior?
    - Pero... ¿el infinito no es algo tremendamente grande? -preguntó de forma inocente.
    - El infinito, en realidad, puede ser algo tremendamente pequeño -le contestaron. - Algo infinitamente divisible.
    Comenzó, entonces, a buscar el infinito en su interior. Su interior no estaba tan lejos como las estrellas, pero era igualmente difícil de alcanzar. Estaba tan cerca, de hecho, y era tan infinito, que el buscador terminó perdiéndose en su propio yo interior.
    Nunca apareció. No volvió a saberse de él. Fuera quedó una carcasa inútil. Todos sabían que estaba allí, en algún lugar de su infinito interior, pero... ¿quién iba a partir en su busca, si se trataba del infinito interior de otro? Bastante tenía, cada cual, con asomarse a su propio abismo y no perderse en él.