domingo, 13 de marzo de 2022

Danza de amor y muerte

     - Creo que sí, que podremos -dijo Adela mientras acariciaba con su pie desnudo la pantorrilla de Enrique. 

    Este sonrió, y la miró a los ojos. Percibió entonces que uno de los tirantes del camisón de seda de Elisa se había bajado, dejando al descubierto su hombro al tiempo que, sutilmente, insinuaba el inicio del pecho.

    Aquella visión avivó el deseo de Enrique.

    - ¿Y si nos cogen? -preguntó él. - ¿Serás capaz de soportar la presión?

    Adela sujetó el brazo de Enrique, como si no fuera a soltarlo jamás.

    - ¿La presión? ¡Y la tortura, si hiciera falta! Todo lo soportaremos juntos, Enrique. Seremos ricos. Huiremos. Nadie podrá encontrarnos jamás. Ese asqueroso ruin tendrá lo que se merece, ¿me oyes? Lo que se merece...

    Enrique besó a Adela con pasión. Ambos se acurrucaron bajo las sábanas y entregaron sus cuerpos al otro. Sobre la mesita de noche descansaba la pistola con la que, al día siguiente, dispararían y robarían al empresario Robellas. Verla ahí, dispuesta a actuar, encendía aún más el deseo de los amantes, como si el amor, la muerte y el crimen se alimentasen mutuamente en un sinfónico crescendo.