viernes, 17 de junio de 2011

Los fantasmas también lloran

El escritor de novelas policiacas siempre había pensado que sus personajes morirían con él, que con su último estertor todos ellos empalidecerían hasta desaparecer, o que caerían fulminados en un desmayo eterno, o que se apagarían como un electrodoméstico al ser desenchufado.
Era lógico, por otra parte. El autor era la fuente de energía de la que los personajes se alimentaban; sin ella, el proceso dejaba, sencillamente, de existir.
Por eso no le extrañó encontrarse, de madrugada, a un puñado de individuos en pie alrededor de de su lecho de muerte. Sí encontró poco común el hecho de que se apareciesen todos ellos enmascarados, pero en fin, pensó, tampoco resulta tan extraordinario encontrar un fantasma con el rostro cubierto, y sus personajes, siempre entre la realidad y la ficción, tenían, desde luego, algo de fantasma.
- ¿Sois mis personajes? -preguntó con un hilo de voz.
Los enmascarados asintieron.
- ¿Venís a llevarme con vosotros?
Aquella era una fantasía con la que a menudo se había deleitado. Sus principales personajes, el comisario García, Fani, su secretaria, la perspicaz Alicia y el torpe y divertivo Aurelio, todos ellos agarrándolo de brazos y piernas y transportándolo a los cielos de los creadores literarios.
- ¿Y por qué no os quitáis las máscaras? Quiero veros, comisario, Fani, Alicia...
- ¿Por qué preguntas por ellos? -gritó, irritado, un enmascarado. - Ellos están vivos.
- ¿Cómo? - se agitó sorprendido el escritor.
- ¿Es que no lo sabes? Los personajes sobreviven a sus autores, siempre lo hacen. Los personajes son intemporales. Vosotros creáis y desaparecéis mientras vuestras creaciones perduran para siempre.
El escritor abrió los ojos tanto como pudo, intentando escrutar tras sus máscaras los rostros que le observaban en la penumbra.
- Entonces, vosotros, ¿quiénes sois?
- Bueno, en realidad... -dijeron todos al unísono mientras se quitaban la máscara- ... no todos sobreviven.
Y entonces el escritor vio con horror los rostros de los personajes a los que había matado, a las creaciones efímeras, a las que nacen condenadas. En toda novela policiaca muere alguien, y allí estaban Toni Caracortada, y Andrés el Soplón, y Guillermo el devorador de niños, y la banda de la calle 5, y aquel asesino del callejón de la fábrica de papel...
- Nosotros sí estamos muertos; a decir verdad, ni siquiera estuvimos nunca realmente vivos, ¿verdad? Nos creaste para matarnos, y jugar a ser Dios tiene un precio...
El escritor notó que le agarraban el brazo pero no oyó música celestial, como tampoco se sintió flotar. Comenzó a temblar, más bien, ante aquel rugido de tierra que se abría y que se lo tragaba para siempre...