- No me dirás que no, ¿verdad?
En realidad, no lo tenía tan claro. Dudaba, y mucho, sobre cuál habría de ser su respuesta.
- Sé que no me dirás que no. De hecho, me dirás que sí, ¿a que sí?
Seguía sin tenerlo claro, la verdad. Pero empezaba a verse en un compromiso.
- Venga, di que sí...
Entonces lo vio claro. Preferiría decir que no. El problema era encontrar la manera de hacérselo saber.
- ¡Que digas que sí! ¡Vamos!
Cuando se dio cuenta, notaba toda la presión sobre sus hombros.
- O dices que sí, o no vuelves a decir nada más...
Notó entonces una hoja afilada sobre su garganta. Nunca había deseado tanto decir que no. Nunca había tenido tan difícil no decir que sí.
- Suéltalo ya, si aprecias en algo tu vida...
Cuando quiso darse cuenta, estaba en una situación en la que tenía que elegir entre su integridad o su vida. Cerró los ojos y, mentalmente, se jugó la respuesta a pares o nones.