domingo, 3 de marzo de 2024

Bienvenidos

    - Sed todos bienvenidos -dijo el tipo de aspecto extraño y voz meliflua. - Podéis llamarme Miguel. Os voy a guiar por el camino de la verdad.

    La verdad era que la sala, oscura y húmeda, parecía más un sótano recóndito que el lugar indicado para iniciar un proceso de elevación espiritual.

    - Miradme todos -continuó Miguel.

    Pero pronto chasqueó la lengua, disgustado. Se dio cuenta de que, entre el público, todavía había algunos que tenían una venda en los ojos. Con gesto de incomodidad, tuvo que acercarse y hacer él mismo el trabajo.

    - Bien, y ahora que me miráis, escuchad lo que voy a decir.

    Poco tardó en volver a quejarse, al recordar que a un buen puñado aún no les había quitado los tapones en los oídos. Tras hacerlo él mismo, continuó.

    - Bien. Como digo, soy Miguel, vuestro guía por el camino de la verdad. ¿Alguien puede contarnos porque está aquí?

    Nadie dijo nada, aparentemente por la mordaza que cubría sus bocas. Miguel, de nuevo, refunfuñó y se puso manos a la obra.

    - ¿Ahora, sí? A ver, ¿alguien? Que levante la mano...

    Bueno, pues no. Principalmente por la dificultad de alzar una mano cuando las dos se tienen atadas a la espalda. Miguel ya empezaba a estar cansado, pero desató al público.

    - ¿Ya? -preguntó, impaciente, aunque nadie contestó.

    Solo entonces Miguel cayó en la cuenta de que su público estaba compuesto por cadáveres. Quizás había tardado demasiado en desamordazarlos.

    - Maldita sea, con lo que me había costado ir secuestrándolos -se quejó.

    Pues nada. Tendría que continuar sin alumnos para sus enseñanzas. Poseer la verdad y que nadie quiera oírla es una lata. ¿Y ahora qué iba a hacer con tanto fiambre?

    - Bah -se dijo. - Mejor, así no se quejan.

    Y continuó su exposición según lo previsto.