El detective llegó a casa cansado. Todo el día buscando a la víctima para nada. Como dictaba la jurisprudencia, sin cuerpo no hay delito, así que estaba investigando un no-delito con un culpable claro como el agua que, igual, iba a irse de rositas.
La jurisprudencia, a veces, era una jodida cabrona sarcástica.
Estaba hilando los calificativos despectivos cuando le sonó el teléfono. Era de la oficina. A esas horas de la noche. Respondió con asco, más que nada porque, si alguien le llamaba a esas horas desde la oficina, era porque alguien estaba haciendo horas extra, y eso siempre merecía un respeto.
- Detective, han encontrado algo.
- ¿Han encontrado ya el cuerpo?
- Pudiera ser.
- ¿Pudiera ser? ¿Qué mierda de uso del subjuntivo es ese?
- Porque ni siquiera se sabe muy bien si es un cuerpo. Está tan molido que ni siquiera parece humano.
- ¿Entonces cómo saben...?
No siguió. No lo sabían, sencillamente. No obstante, y como le pasaba a él en esos mismos instantes, sospechaban que un montón gelatinoso de huesos y vísceras sanguinolentas tenía mucha pinta, por desgracia, de pertenecer a la vista.