Había sido fácil, extremadamente fácil, empujar a aquel tipo barranco abajo. Ahora yacía allí, tan cerca, pero tan lejos, con el cuerpo destrozado por los golpes y rasguños y la cabeza reventada por una roca. La persona a la que había empujado había dejado de existir.
Se acercó tímidamente al borde. Con extremo cuidado se asomó y permaneció un rato contemplando su obra, bien agarrado y seguro, para no perder pie y caer él también. Pensó que el cadáver se integraba muy bien en aquel paisaje montañoso, entre pinos y arbustos.
Había sido fácil, extremadamente fácil... y divertido, tremendamente divertido.
Sobre su cabeza giraban ya los buitres, que se habían topado con un inesperado festín. Los observó, complacido.
Pensó que, quizá, le iba a apetecer repetirlo otra vez.