domingo, 3 de agosto de 2025

El interior de la oscuridad

    A partir de un cierto punto, era imposible ver nada.

    Le habían dicho que lo disfrutara, que era uno de esos curiosos fenómenos que solo se dan, en determinadas circunstancias, en ciertos lugares del planeta. Lugares especiales, circunstancias extraordinarias.

    Disfrutarlo, no obstante, se había convertido en una cuestión de valor. Porque el paisaje, exuberante en condiciones normales, desaparecía de repente; porque la negrura era tan intensa, tan espesa, que apenas permitía mantener el sentido de la orientación; porque era una niebla negra, un manto de nada, que atraía pensamientos tan oscuros con ella misma.

    Dio unos pasos al frente y se situó al borde de la oscuridad. Era como aguardar en la frontera entre dos mundos diferentes. Uno, lleno de luz, de formas diáfanas y coloreadas; otro, negro, informe, irreconocible, indescifrable.

    Se le ocurrió que podría entrar en la oscuridad y encender una luz, o atarse un hilo a la cintura, como Teseo. Lleno de atrevimiento, tomó una linterna, amarró una cuerda a un árbol y penetró, con ambos objetos en la mano, al interior de la oscuridad.

    Nunca más salió.