Fueron los ojos de su maestro los que lo devolvieron, de nuevo, a la realidad de su misión. "Muerde", parecían decir con tono imperativo.
La chica se mantenía quieta, exánime, entregada a su inexorable destino.
Se concentró, abrió la boca y mordió con fuerza el cuello de la chica. Era la prueba final, el momento definitivo.
Notó como la piel quedaba agujereada y cómo brotaba de ella el líquido, denso y caliente.
Dejó que la sangre penetrara en su boca y cayera por su barbilla. La saboreó, a sabiendas de que era lo que tenía que hacer.
Para ser la primera vez que la probaba, su sabor no era, para nada, desagradable.