jueves, 23 de octubre de 2025

Una puerta siempre es una salida, menos cuando es una entrada

     Llevaba un rato intentando entrar, pero no había manera de abrirla. Hacía ya tiempo que había renunciado a los métodos más sencillos y habituales: la llave no entraba, no respondía al timbre, ni a los golpes de los nudillos, repetidos, sobre la madera.

     Había pasado a mayores, haciendo uso de la fuerza, pero sin resultado.

     Trató de usar una palanca, comenzó a dar puntapiés, buscó algún objeto que usar como ganzúa, como hacha, como taladradora.

     Comenzó a arrojar piedras, alguna tan grande que le había costado levantarla y que, finalmente, pareció sacar a la luz las debilidades de la puerta. Animado, redobló sus esfuerzos, la fuerza de sus patadas y la energía empleada, hasta que, de una vez por todas, la puerta cedió.

     Pronto se dio cuenta de que lo que importaba, en realidad, no era entrar, sino que aquello, aquella cosa que estaba en el interior, no saliera.


domingo, 19 de octubre de 2025

Paisaje en movimiento

     A través de la ventana, el paisaje transcurre despacio, como el tiempo, que parece no llegar nunca.

     Los trenes cada vez son más rápidos, pero todavía no han podido plegar la dimensión temporal. Un viaje de dos horas sigue siendo un viaje de dos horas; uno de cuatro, de cuatro; y uno de diez, pues imaginen ustedes.

     Un mapa diría que uno ha llegado más lejos en el mismo tiempo, ciertamente, pero uno no tiene esa sensación cuando los objetos se desplazan al otro lado del vidrio laminado. Allá al fondo, sobre el horizonte, el mundo posa como si esperara que un improvisado pintor lo plasmara en un lienzo.

     Sentado confortablemente, detengo mi torrente de pensamientos para observar al otro lado. Busco un patrón en el pausado movimiento de los objetos exteriores, algún código secreto que quisieran transmitirme, que yo debiera descifrar.

     Observo otro tren, a lo lejos. Se mueve sobre el fondo paisajístico, como un títere sobre un fondo de escenario. Lo veo acercarse. Pienso que debe de ir tan rápido como el que me lleva, pero parece flotar en un tiempo paralelo.

     Durante unos instantes, lo observo con curiosidad, hasta que me doy cuenta de que circula efectivamente rápido, que viene hacia nosotros y que, probablemente, en el siguiente cruce de vías el impacto va a ser inevitable. Una extraña sensación me invade, me siento ajeno a lo que está a punto de suceder. Siento la ventana como una pantalla que me transporta a otro lugar.

     De todos modos, y por si acaso, mis manos se agarran con fuerza a los brazos del asiento.

jueves, 16 de octubre de 2025

En boquita cerradita no entran mosquitas

     - Lo mejor que puedes hacer, querido amigo, es mantener el pico cerrado.

     La verdad es que lo primero que me sorprendió fue aquel trato tan cercano como irreal. "Querido amigo", había dicho. Desde luego, no éramos amigos (las circunstancias habían cruzado nuestros caminos por primera vez); tampoco se había creado entre nosotros ningún sentimiento parecido a nada que pudiera justificar el uso del adjetivo "querido".

     La segunda cosa que percibí fue el sutil tono de amenaza que surcaba la frase. ¿Por qué era lo mejor que yo podía hacer? ¿Por qué la expresión "mantener el pico cerrado"?

     Visto lo visto, decidí no dejarme coaccionar y hacerme respetar. No iba a permitir que nadie me dijera cómo tenía que actuar. Así que abrí la boca y dije, con todas las letras, lo que tenía que decir.

     No tardé en darme cuenta de mi error. De que ese "querido amigo" era una forma de mostrar sincera cercanía; de que más que una amenaza era un consejo, honesto y necesario. Pero ya era demasiado tarde.

     Ahora me encuentro en una situación límite, tengo el cañón de un revólver apretado contra mi sien y las manos atadas, y no sé muy bien cómo salir de esta. Por abrir mi bocaza. Y es que, a veces, el mejor consejo puede venir de donde menos te lo esperas...

lunes, 13 de octubre de 2025

La llamada del doctor Bent

     El doctor Bent recibió una llamada. Sonaba diferente a otras llamadas que había recibido, de forma más insistente, más impaciente, si es que eso es posible.

     El doctor Bent pensó en dejarlo sonar y no contestar. Estaba ocupado, en el laboratorio, y no estaba para distracciones del mundo exterior. Pero aquel persistente sonido, lleno de estridencia, le taladraba el cerebro, y seguir oyéndolo durante un rato se le antojaba una tortura.

     Así que descolgó.

     - Corre -oyó que decían, al otro lado de la línea. - ¡Corre! ¡Sal del laboratorio ya!

     El doctor Bent, entonces, sin saber del todo por qué, inició una frenética carrera hacia el exterior, sin destino definido. Ni siquiera había reconocido al emisor de la llamada, al autor de aquella recomendación dada a gritos.

     Eso sí, cuando se paró a pensar, le pareció que la voz que había oído al otro lado del hilo telefónico era muy parecida a la suya propia.

     Estaba intentando salir de la confusión cuando todo estalló por los aires.