miércoles, 9 de abril de 2025

El saqueo

     Me despierto con una sensación extraña. He soñado que caminaba por una ciudad que estaba siendo saqueada. Yo miraba, era testigo, pero no hacía nada. No saqueaba, pero no defendía a los saqueados, escasos y ocultos, quienes no pudieron huir, entre sus posesiones.

    Siento que me encuentro en Troya, pero ni el vestuarios ni las lenguas de unos y de otros me parecen de aquella época. Luego veo las murallas, los templos, el puerto. Observo el Cuerno de Oro y caigo en la cuenta de que me encuentro en Constantinopla, y quienes saquean son cristianos, cruzados.

    Debe ser el saqueo del año 1204. ¿Qué hago yo allí?

    Eso me preguntaba cuando desperté, y no he podido dar con la respuesta. Llevo todo el día penando por mi mundo, como había penado la noche anterior por las empinadas calles de Constantinopla.

    Esta noche volveré a dormir. No sé si volveré a la gran Bizancio. Siento que, si contemplo más saqueos, terminarán saqueándome el corazón.


jueves, 3 de abril de 2025

El naufragio

     Habían naufragado. Parecía imposible, algo de otros tiempos, pero la tempestad había contribuido a arrastrar el barco, a romper la quilla y a provocar el hundimiento.

    Se había salvado a duras penas, agarrándose a restos y maderamen. Nada sabía del paradero de los demás; las perspectivas, no obstante, no eran muy halagüeñas.

    Recobró la conciencia y notó la boca pastosa, llena de arena. Había tocado tierra arrastrado por las corrientes. ¿Y ahora? Miró a su alrededor. Una playa. ¿Estaría en una isla? ¿Una isla desierta?

    Sacudió la cabeza, negando. Las islas desiertas ya no existían.

    Observó que una mujer se acercaba caminando. Lo saludó y le preguntó cómo se encontraba. Él se presentó. Ella le dijo que era una diosa, su diosa protectora, que no había nada que temer.

    Él sacudió la cabeza, negando. Las diosas protectoras ya no existían.

    Algo ofendido, le pidió a la diosa que le indicara la ubicación del chiringuito más cercano. O, en su defecto, de un terreno urbanizado.

    La diosa guardó silencio.

    Él la incitó a contestar con gestos inequívocos. Los chiringuitos, y las urbanizaciones, sí que existían.


martes, 1 de abril de 2025

El auténtico temor

    - El asesino ya ha sido abatido -dijo.

    Lo que no dijo es que lo había abatido él. Miraba al suelo, se encendía un cigarrillo con el final del anterior, parecía ausente, encerrado en sus pensamientos.

    Le pusieron una mano en el hombro. Un hombro que el sintió como ajeno. "Buen trabajo", parecían querer decirle desde un mundo lejano.

    - ¿Sabes qué? -añadió, finalmente, tras unos eternos segundo de silencio. - ¿Y si no era el asesino? A veces, lo evidente no es lo cierto.

    Una brisa sopló desde algún lugar, dispersando el humo del cigarrillo. Lo que no dispersó fueron las dudas, que continuaron en su sitio, firmes como rocas.


jueves, 27 de marzo de 2025

Una dieta específica

    Fallecí el 27 de marzo de 2008, hoy hace 17 años. Me dispararon en el pecho. Parece una noticia trágica, pero no lo fue tanto, a la hora de la verdad. Yo también, al principio, pensé que la muerte iba a ser irreversible. Pero no era así.

    Desperté unos minutos después. Todavía mis asesinos estaban ahí, junto a mí, rebuscando en mi cartera. Yo intenté incorporarme. Mis movimientos eran lentos, pesados. Lo achaqué, lógicamente, a la bala que se alojaba en mi pecho y a que mi corazón había dejado de latir.

    Ellos no se dieron cuenta de mi despertar hasta que ya era demasiado tarde. Cuando me vieron, ya encima de ellos, vi el terror, el auténtico terror, en sus criminales rostros. Todavía me descerrajaron un par de tiros. Los encajé sin dolor, sin pena, como un ligero empujón. Luego, mientras todavía digerían su sorpresa, me los comí.

    Nunca se me hubiera pasado por la cabeza. Fue instintivo. Noté un hambre voraz nada más despertar. En cuanto los mordí por primera vez, les abrí las cabezas y sorbí sus sesos. Lo saboreé como un auténtico manjar.

    Ahora camino por el mundo en busca de cerebros. No soy muy rápido, avanzo de forma algo torpe, pero, de vez en cuando, alcanzo una presa humana. Todos me observan horrorizados, y eso me encanta. La mayoría, al verme, huye corriendo. No me importa, no tengo prisa. Cada cerebro sorbido es un auténtico tesoro.