domingo, 10 de noviembre de 2024
El suceso
jueves, 7 de noviembre de 2024
Enemigo a las puertas
Las dos ciudades se encontraban apenas a un par de kilómetros la una de la otra. Estaban tan cerca, tan cerca, que el crecimiento natural de ambas, y su correspondiente expansión, invitaban a fusionarlas en un solo municipio.
Eso no pasaría nunca, no obstante. Porque los habitantes de las dos ciudades se odiaban a muerte.
Se había intentado todo. Negociaciones, acuerdos parciales o temporales, "altos el fuego" por un evento de interés común. Pero nada.
Hasta tal punto unos no querían saber nada de los otros, ni los otros de los unos, que carecían de vías de comunicación que los unieran. Para ir en coche, o en tren, de una ciudad a otra, había que pasar por una tercera ciudad, distante unos 20 kilómetros, que siempre había asistido sorprendida al desarrollo de los acontecimientos.
Una vez llegó un supervisor externo, una mirada objetiva en busca de soluciones. Todos los habitantes, los de ambas ciudades, se quejaron de la desgracia que suponía tener tan cerca al enemigo más odiado. Podía estar a miles de kilómetros, por ejemplo. Pero no. Estaba ahí al lado.
El supervisor, tras intentar inútilmente rebajar ese odio, que él calificaba de "irracional", concluyó con unas palabras lapidarias: "No es mala suerte tener al enemigo tan cerca. Es un error. El error de convertirte en enemigo de alguien tan cercano".
Los vecinos mandaron grabar tales palabras en una gran piedra, a medio camino entre ambas ciudades.
Después de esto, por supuesto, no hicieron el menor intento de hacer las paces y continuaron odiándose por siempre jamás.
domingo, 3 de noviembre de 2024
El hombre que vino del frío
jueves, 31 de octubre de 2024
El final de la cuenta atrás
Levantó la vista del papel y le echó un furtivo vistazo al cronómetro que coronaba la sala, el que indicaba la cuenta atrás, el final del tiempo. Cuando vio que quedaban tres minutos y doce segundos, y como una reacción natural de su cuerpo ante la información, un leve temblor le sacudió la espalda y perlas de sudor comenzaron a brotarle en las sienes, la espalda y el pecho.
Quedaban solo tres minutos, maldita sea. No iba a tener tiempo para nada.
Recordó aquellos momentos, ya lejanos, en los que se había dado el escopetazo de salida. La cuenta atrás estaba situada en noventa minutos, lo que parecía un mundo inabarcable. Eran buenos tiempos aquellos.
Ahora, cuando ya no quedaban más que dos minutos y treinta y cinco segundos, todo aquel tiempo parecía desperdiciado. Se mordió los nudillos, se comió las uñas, se arrancó pelos de las cejas y se mesó con fuerza los cabellos. Pero el tiempo seguía reduciéndose, imparable.
El último minuto le cayó encima como una losa. Lo contempló abatido, con ganas de llorar. Más le valía aprovechar los segundos que le quedaban no en intentar arreglar una situación que se antojaba irremediable, sino en asumir dignamente el fracaso.
Los últimos veinte segundos lo contemplaron sonriendo, en un gesto detenido en una mueca grotesca. El pitido final, en lugar de sonar como una liberación, sonó como una condena. Era, en efecto, el fin. Su fin.