Me despierto con una sensación extraña. He soñado que caminaba por una ciudad que estaba siendo saqueada. Yo miraba, era testigo, pero no hacía nada. No saqueaba, pero no defendía a los saqueados, escasos y ocultos, quienes no pudieron huir, entre sus posesiones.
Siento que me encuentro en Troya, pero ni el vestuarios ni las lenguas de unos y de otros me parecen de aquella época. Luego veo las murallas, los templos, el puerto. Observo el Cuerno de Oro y caigo en la cuenta de que me encuentro en Constantinopla, y quienes saquean son cristianos, cruzados.
Debe ser el saqueo del año 1204. ¿Qué hago yo allí?
Eso me preguntaba cuando desperté, y no he podido dar con la respuesta. Llevo todo el día penando por mi mundo, como había penado la noche anterior por las empinadas calles de Constantinopla.
Esta noche volveré a dormir. No sé si volveré a la gran Bizancio. Siento que, si contemplo más saqueos, terminarán saqueándome el corazón.