jueves, 11 de diciembre de 2025

Decidí invertir

     - A ver... -decía el tipo, como si impartiera lecciones. - El dinero me salía por las orejas. Estaba, literalmente, "montado en el dólar", como dicen. Pero tenía la sensación de que había caído del cielo, de que, realmente, no lo había ganado.
    - ¿Entonces?
    - Entonces fue cuando decidí invertir. Pensé que el rendimiento de aquel capital me lo habría trabajado yo, yo solito, con mis estrategias, y no por mera suerte, sino por algo que podría sentirse parecido a la audacia.
    - A la audacia, ya...

    El tipo se incorporaba ligeramente cuando recordaba aquellas decisiones, como si no se arrepintiera de nada, con un brillo en los ojos que dejaba entrever que, en efecto, lo volvería a hacer.

    - ¿Y qué tal fueron las inversiones?
    - Desastrosas. Lo perdí todo en un santiamén. Ni yo me lo creía. Mi capital iba bajando hora a hora, los réditos eran insuficientes y no compensaban lo invertido.
    - ¿Eran operaciones de alto riesgo?
    - ¡Qué sé yo! -decía, y levantaba la mano como si apartara una mosca cojonera.

    Lo miré. Me miró.

    - ¿Y luego? -pregunté.
    - ¿Luego? Luego inicié mi particular Gran Depresión. Cuando quise darme cuenta, vivía debajo de un puente. Y eso, amigo mío, eso es duro. Sobre todo cuando te lo has buscado tú solito.

    Le pregunté si se arrepentía de algo, y me dijo que no. Me dijo que estaba esperando una segunda oportunidad, de esas que siempre llegan. Y, si volviera a salirle el dinero por las orejas, volvería a tratarlo de la misma manera.

    Lo dejé bajo el puente, y crucé el río.

jueves, 4 de diciembre de 2025

No sabes lo que dices

     Cuando apareció en la puerta, con total naturalidad, como si nada hubiera pasado, todos se quedaron mudos de espanto. Después de tanto tiempo, ya lo habían dado por muerto. Pero allí estaba, en pie, grave y sereno, con una ligera sonrisa de satisfacción ante las reacciones que provocaba su regreso.

     - ¿Dónde has estado? -le preguntaron.

    Llevaba en la mano una bandeja. Una bandeja vacía. La levantó y la mostró como si fuera una prueba de la veracidad de su declaración.

     - He estado en un frigorífico -dijo finalmente.
     - ¿Durante cuatro meses?

     Él asintió.

     - ¿Y eso por qué? -continuaron.

     Él se mantuvo unos segundos en silencio.

     - Porque hacía calor -concluyó.

     Todos asintieron.
    

domingo, 30 de noviembre de 2025

¿Y entonces?

     El abogado defensor miró a los ojos al acusado. Llevaban toda la semana preparando la declaración, una hora tras otra, una mañana tras otra, hasta que supieron perfectamente cómo tenían qué actuar, qué tenían que decir, qué tenían que callar. Los silencios, las pausas dramáticas, los golpes de efecto.

     - ¿Asesinaste tú a J.G.?

     El acusado miró a su abogado y enarcó una media sonrisa.

     - Sí.

     El abogado palideció visiblemente. Durante unos segundos apenas emitió unas leves balbuceos.

    - Perdón -dijo, finalmente. - Creo que me has entendido mal... te preguntaba si habías cometido tú el asesinato.
     - Te he entendido. Y... sí, yo lo asesiné.

    El abogado defensor se llevó la manos al rostro. Tanto tiempo para nada. Miró de reojo al fiscal acusador, que tenía que hacer verdaderos esfuerzos para no soltar una carcajada.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Contacto visual

     Sorprendió a aquel hombre mirándolo. Tampoco era nada inhabitual. Se trataba de una sala de buen tamaño, poblada pero no repleta. Una treintena de personas, probablemente, sentadas y en silencio. Cada una dedicada a sus asuntos, sus estudios y meditaciones. En esas circunstancias, no era extraño que algunos levantaran la cabeza y, tal vez para descansar la vista, o para repasar mentalmente los pensamientos más recientes, observara, de forma distraída, los rostros de los demás.

     Él bajó el rostro, algo azorado, culpable, en cierto modo, de haber sorprendido al otro observándolo, en una especie de extraño juego intrascendente de contactos visuales, culpas y responsabilidades. Pensó que el otro había hecho lo mismo, en cualquier caso.

     Unos segundos después fue él quien levantó la vista. Allí seguía el otro. Mirándole.

     Se encontraban relativamente distanciados, pero no había ninguna duda de que lo miraba a él.

     Comenzó a intranquilizarse. ¿Querría algo? ¿Lo conocería de algún sitio? ¿Tendría alguna intención? ¿Avisar, intimidar?

     Trató de quitarle hierro al asunto. Ya se cansaría.

     Dos horas después, el tipo seguía mirándolo. Fijamente. Apenas parpadeaba. Y él, completamente desquiciado, sin poder enlazar dos pensamientos que no hicieran referencia a los ojos que tenía sobre sí, solo deseaba, como si fuera objeto de una tortura, que aquello acabara, aunque fuera pagando el precio de su propia vida.