domingo, 14 de septiembre de 2025

Miradas que matan

     Lo vi con mis propios ojos. Furtivamente, escondido tras las cortinas de la ventana que da a la calle, como un vecino cotilla. Pero fui testigo, y eso me aterra.

     Ya tenía ciertas sospechas. La primera vez fue hace unos días: aquel tipo iba caminando por la calle, se detuvo, miró a una señora que caminaba al otro lado de la calle e, inmediatamente, esta cayó al suelo. Nadie más lo vio. El tipo reinició la marcha, y la señora necesitó unos segundos para incorporarse, sana y salva, afortunadamente.

    Pero ayer lo vi provocar un accidente. Era el mismo tipo. Caminaba por la misma calle. Se detuvo, miró el semáforo, miró a un viandante que pretendía cruzar y, al momento, se produjo un atropello. Juraría que ambos, vehículo y peatón, estaban en verde. ¿Es eso posible? Nuevamente, solo yo fui testigo.

     Lo más preocupante es que el tipo, antes de reemprender la marcha, miró hacia mi ventana. Las cortinas estaban corridas, pero una luz en el interior estaba encendida. ¿Habría detectado mi presencia? ¿Qué será de mí ahora?

     Creo que si el tipo no puede poner sus ojos sobre mí, no me pasará nada. Por ello no pienso salir, ni asomarme a la ventana, durante un buen tiempo. El tiempo que haga falta. Tengo claro que me va la vida en ello.


jueves, 11 de septiembre de 2025

Tener amigos para esto

     - Ven -me dijo en cuanto atravesé el umbral de su puerta-. - Te voy a enseñar algo que te va a dejar flipado.

     Pensé que me iba a llevar a llevar a su habitación, a esa en la que tantas horas habíamos pasado de adolescentes, jugando, conversando, arreglando el mundo. Por un momento imaginé que, como tantas otras veces, me iba a enseñar sus nuevas zapatillas, o su nuevo registro en el juego de moda.

     Curiosamente, comenzó a descender escaleras, no a subirlas, en dirección al sótano.

     - ¿A dónde me llevas?

     Por toda respuesta se llevó el índice a los labios. Yo callé, obediente.

     Allí olía raro. Como a abandono, o a basura sin recoger. Tuve que pellizcarme la nariz para sofocar la primera hedionda bocanada, y necesité unos segundos para que mis ojos se acostumbraran a la penumbra.

     Cuando vi lo que había allí abajo, me quedé helado.

     Una persona en un estado lamentable, sucia, desnutrida y postrada, yacía tirada en el interior de un objeto de metal difícilmente calificable como algo distinto de una jaula.

     - ¿Y ahora qué hacemos? -me dijo mi amigo.
     - ¿Y ahora qué hacemos? -repetí lleno de furia. - Este es tu problema, gilipollas.

     Pero él negó con la cabeza.

     - Necesito que me ayudes a salir de esta, amigo. Sé que me ayudarás.

     A punto estuve de agarrarlo por el cuello y darle una buena sacudida.

domingo, 7 de septiembre de 2025

El día de mañana

     Apareció hecho un basilisco, interrumpiendo mi descanso.

     - ¡Que no puede ser! ¡Que no! ¡No pienso volver a verlo!

     Intenté preguntarle qué sucedía, pero era tal su furia que tuve que cargarme de paciencia y esperar a que pudiera pronunciar algunas palabras.

     Sucedía que había discutido con su socio.

     - ¡Que se olvide de mí! ¡No volveré a dirigirle la palabra! ¡Jamás!

     Le dije que tratara de recuperar la calma, que no hiciera ni dijera nada de lo que luego pudiera arrepentirse. Que descansara, y mañana vería las cosas de otra manera.

     - ¿Mañana? -me preguntó, mirándome como si le sorprendiera la mera idea de que, después del día de hoy, vendría otro día diferente. - ¡Claro! ¡Mañana!

     Y rio de forma estentórea mientras se iba a descargar su furia en cualquier otro lugar.

     Quedé algo preocupado. Inmediatamente sonó el teléfono. Era el socio que, conciliador, quería entablar conversación y hacer las paces. Le dije que por supuesto, que seguramente todo se arreglaría. Que, de hecho, ya había expresado su socio el deseo de reconciliarse, después de la cierta irritación inicial.

     Pareció complacido con la idea.

     Los dejé hablando. Pelillos a la mar.


lunes, 1 de septiembre de 2025

Al otro lado del espejo

      Lo que vi a mi espalda, reflejado en el espejo, me aterrorizó. De modo que, de forma instintiva, y en lugar de girarme para comprobar si el reflejo se correspondía con la realidad, agarré el primer objeto contundente que tuve a mano y lo lancé contra la pulida superficie.

    Esta, con gran estrépito, se rompió en una multitud de pequeños trozos.

    Los recogí apresuradamente, los metí en una bolsa y, con cuidado de no cortarme, los arrojé a un bidón de basura.

    Desde entonces, nada extraordinario ha vuelto a sucederme. Eso sí, no he vuelto a mirarme a un espejo, he ocultado todos los que encontré en casa con un velo negro, y no se me ha ocurrido, ni por asomo, girarme para ver qué hay a mi espalda. Por si acaso. Por si lo que vi reflejado en el espejo era eso, un reflejo de lo que en realidad tengo detrás.