jueves, 21 de marzo de 2024

Acceso limitado

    Ayer encontré en un cajón un trozo de papel. Estaba plegado varias veces, casi con rabia, como si en su interior contuviera material extremadamente peligroso. Lo miré con curiosidad, pues no me sonaba de nada. Y, sin embargo, el hecho de que estuviera en el cajón era prueba evidente de que lo había tenido en mis manos. Nadie más podía haberlo metido allí.

    Me decidí a desplegarlo. Mi curiosidad, a medida que la hoja de papel se iba abriendo como los pétalos de una flor, iba aumentando hasta convertirse en verdadera necesidad.

    De repente, el contenido se mostró a mis ojos diáfano, como una revelación.

    Era un escrito. Con mi letra. Evidentemente, lo había escrito yo mismo, pero tuvo que ser mucho tiempo atrás. Se trataba, en concreto, de un pequeño cuento, una historia que hablaba de la vida de un personaje creado por mí.

    Lo leí con suma atención. No me reconocía en aquella prosa, nerviosa y falta de ritmo.

    Tampoco me reconocí en el personaje protagonista. Pensé, en un primer momento, que eso sucedía por todo el tiempo que había pasado. Luego recapacité y llegué a la conclusión de que, en realidad, tampoco me reconocía en el personaje que había abierto el cajón y había desplegado el papel, y eso que aquella acción había tenido lugar tan solo unos minutos antes, así que lo dejé estar.


jueves, 14 de marzo de 2024

Dime que sí

     - No me dirás que no, ¿verdad?

    En realidad, no lo tenía tan claro. Dudaba, y mucho, sobre cuál habría de ser su respuesta.

    - Sé que no me dirás que no. De hecho, me dirás que sí, ¿a que sí?

    Seguía sin tenerlo claro, la verdad. Pero empezaba a verse en un compromiso.

    - Venga, di que sí...

    Entonces lo vio claro. Preferiría decir que no. El problema era encontrar la manera de hacérselo saber.

    - ¡Que digas que sí! ¡Vamos!

    Cuando se dio cuenta, notaba toda la presión sobre sus hombros.

    - O dices que sí, o no vuelves a decir nada más...

    Notó entonces una hoja afilada sobre su garganta. Nunca había deseado tanto decir que no. Nunca había tenido tan difícil no decir que sí.

    - Suéltalo ya, si aprecias en algo tu vida...

    Cuando quiso darse cuenta, estaba en una situación en la que tenía que elegir entre su integridad o su vida. Cerró los ojos y, mentalmente, se jugó la respuesta a pares o nones.


domingo, 10 de marzo de 2024

No es fácil volver a empezar

     Cuando el poeta concluyó su poema, no sintió alegría, ni alivio, ni paz, ni satisfacción. Después de tantas vueltas y revueltas, de correcciones, arreglos, de buscar la palabra exacta y la cadencia adecuada, el poema había quedado cerrado. Completo. Y era bueno.

    El poeta, sin embargo, se llevó las manos a la cara y comenzó a sentir aquella angustia, aquella desesperación. No era la primera vez que lo sentía. Sucedía siempre, cada vez que firmaba una nueva composición.

    Y no era porque hubiera terminado uno. Era porque iba a tener que comenzar otro. Entonces tendría que enfrentarse al papel en blanco, a la mente en blanco. Tendría que crear nuevos mundos, nuevos universos, nuevas rimas, nuevas cadencias. Y crear era agotador. Si Dios creó el mundo en seis días, ¿cuánto tiempo necesitaría él para crear otro universo?

    Pensó que debería descansar. Pero la responsabilidad del siguiente poema ya lo abrumaba. ¿Cuántos mundos tuvo que crear Dios?


jueves, 7 de marzo de 2024

Autodestructivo

    - Joder, me siento como una de esas máquinas trituradoras de basura. O como una destructora de papel. Si me dejaran, acabaría con todo.

    Yo me reía porque, no en vano, quien así hablaba era un amigo. No dejaba de inquietarme, no obstante, ese deseo destructivo que observaba en él. Siempre he pensado que las bromas que uno gasta se adaptan al estado de ánimo que uno tiene en ese momento.

    Empezó por acabar con lo que le rodeaba y, poco a poco, iba avanzando. Sin preguntas. Sin piedad. Lugar por donde pasaba, lugar que quedaba destruido. Como el caballo de Atila.

    Menos mal que, a fuer de desconfiado, me fui alejando de él. Primero, unos pasos; luego, unas decenas de ellos. Procuraba no cruzarme con él, no acercarme demasiado. Mantener las distancias.

    Menos mal.

    Porque me contaron que, cuando ya había destruido media ciudad, la policía y el ejército se dieron cuenta de que la cosa iba en serio, y fueron a por él. Aquello tuvo que ser un enfrentamiento épico, una especie de King Kong rodeado por armamento del más alto nivel.

    "Eso pasa por dejarle", pensé. "Lo mejor hubiera sido quitarle esas extrañas ideas de su cabeza, antes de que decidiera llevarlas a cabo". Y lo decía sin ningún tipo de sentimiento de culpa. No era yo quien tenía que habérselas quitado.

    Al final, según me contaron, mi amigo terminó destruyéndose a sí mismo. Empezó mordiéndose una uña y acabó devorándose a sí mismo, como una trituradora de basura, como una destructora de papel.

    Todos tenemos algún amigo un poco raro.