lunes, 20 de noviembre de 2023
Altamira o el origen de la mímesis
martes, 14 de noviembre de 2023
Bienvenidos a mi pandemónium particular
Cuenta una leyenda urbana que un demonio disfrazado te llamará a casa y te ofrecerá algo. Una cosa aparentemente inofensiva; una especie de pequeño regalo de buena voluntad. Nada hará indicar que se trata de un demonio disfrazado. Puede ser una niña, un joven de aspecto inocente, alguien con pinta de ciudadano honrado.
No tomes lo que ofrece. Repito. No tomes lo que te ofrece.
Si lo haces, el demonio tendrá el poder de entrar en tu casa, en tu vida, y convertirla, nunca mejor dicho, en un infierno.
No paro de darle vueltas a esta historia desde hace unos días. Creo que deje entrar al demonio a mi casa. Creo que falle en alguna. Tal vez fue el cartero, o la niña de las galletas, o el de la televisión por cable, o aquel que me llamó por teléfono para que me cambiara de compañía, o el de la compañía de seguros. Todos ofreciéndome cosas. Y yo piqué en todas.
Probablemente tengo ahora la casa llena de demonios de todo tipo que juegan conmigo y que terminarán por volverme loco. A los repartidores de las compras online y a los del restaurante ya se les ha pagado, así que eso no cuenta, ¿verdad? Porque es que, si no, esto sería aún más ingobernable...
Se han ofrecido a ayudarme un médium y un exorcista. Dicen que no son estafadores, que lo hacen gratis. Seguro que también ellos son demonios disfrazados que quieren apuntarse a la fiesta.
viernes, 10 de noviembre de 2023
La biblioteca
- Empieza a buscar, la respuesta se encuentra en estos anaqueles.
El joven ayudante miró la sala. Enormes estanterías se extendían por pasillos infinitos, y se elevaban a tantas alturas que se perdían de vista. Un laberinto enorme de escaleras, pasadizos, arcos y puertas proporcionaban la conexión más rápida posible entre las distintas dependencias. No obstante, trasladarse de una punta a otra podía llevar, a primera vista, varias horas.
La habían pedido que buscase una aguja en un pajar. O algo parecido. En realidad, se trataba de encontrar un documento que una anciana escondió en uno de los ejemplares de la biblioteca poco antes de morir. Un testamento, en concreto.
Encontrarlo se había convertido en crucial para la resolución de un conflicto judicial que amenazaba, si no, con alargarse más de la cuenta. Eso sí, la anciana se había llevado el secreto a la tumba, así que le habían enviado a él, un don nadie, a buscar entre las páginas de los ejemplares. "Varios millones de volúmenes", le habían dicho entre la sorna y la conmiseración.
Él se había armado de paciencia. Total, ocho horas al día abriendo libros y volviéndolos a cerrar no podía ser tan malo. Él iba a cobrar lo mismo a final de mes; si sus jefes querían desperdiciar sus aptitudes, allá ellos.
Así que eligió una altura al azar, se desplazó unos metros, encontró un enorme anaquel en el que habría, quizá, unos dos mil libros, y anotó la disposición en un papel para no repetirla en un futuro.
- Empezaré por aquí -se dijo.
Tomó el primer libro que encontró. Lo abrió. Y allí estaba. El testamento de la señora fallecida.
Se le aceleró el corazón. Pensó que había una posibilidad entre varios millones de dar con el testamento a la primera y sintió vértigo. Increíble. Soberbio.
Rápidamente cerró el libro con el testamento dentro y lo dejó donde estaba. No convenía que sus jefes conocieran su hallazgo. No tan pronto. Pensó que se pasaría unas semanas buscando por donde sabía que no estaba el testamento. Al fin y al cabo, iba a cobrar lo mismo.
martes, 7 de noviembre de 2023
El último emperador
El último emperador, en sus últimos momentos, vio pasar ante sus ojos su vida, y la de su reino. Y comprendió entonces tantas cosas...
Comprendió que él había heredado un imperio enfermo, infestado hasta los tuétanos por la corrupción, la molicie y la decadencia. Supo que, aunque había hecho lo posible por regenerar la podredumbre, su misión estaba desde su inicio condenada al fracaso.
El nombre del imperio ya no significaba nada, y sus enemigos lo sabían, aunque los ciudadanos seguían celebrando con todo el boato las glorias de un pasado que ya no existía.
Era solo cuestión de tiempo. Ahora lo vio con claridad. Si tan solo hubiera tenido un heredero, si hubiera muerto antes, no pasaría a la historia, al menos, con el deshonor de haber sido el emperador que perdió lo que ya, en realidad, estaba perdido desde mucho antes.
Ahora, con el enemigo a las puertas, la agonía llegaba a su fin.
Ya comenzó a oír los gritos. Primero, en el patio de armas; luego, por los pasillos.
Cuando golpearon la puerta, decidió que había llegado la hora.