viernes, 19 de abril de 2024

Sorbo a sorbo

     Accedí a aquel café por cortesía, en realidad. No me apetecía ni lo más mínimo. Después de pasar el día recorriendo el vecindario, llamando a puertas y haciendo preguntas, hubiera preferido, de hecho, algo fresco. Pero la dama me lo ofreció sin esperar mi consentimiento, dando por sentado, quizás, que preguntarme sería ponerme en un compromiso.

    En definitiva, allí estaba yo, tomando un café con la dama del 224 de Anchor Street.

    - ¿Y bien, agente? -preguntó, mientras me invitaba a tomar asiento.
    - No sé si ha oído hablar, señorita, de la ola de desapariciones que está asolando el barrio en los últimos meses. Creo que puedo hablar de ola, en efecto, pues el número de desaparecidos, que sepamos, se eleva a siete.
    - Sí -contestó ella, mostrando preocupación. - Se oyen cosas, por supuesto. La gente lo comenta, todo el vecindario está preocupado...
    - Por supuesto. Me hago cargo. Por eso estamos aquí, para detener al culpable.
    - Seguro que sí -afirmó, con una cándida sonrisa.
    - El caso es -continué, dando un sorbo al café-, que quería preguntarle si había visto algo, oído algo, tal vez algún grito, alguna carrera...
    - ¿Se refiere a la noche, agente? Yo es que duermo como un angelito...
    - ¿Y por el día?
    - No. No he oído nada.

    Cerré los ojos. Me estaba mareando. Tenía ganas de volver a casa. Demasiado trabajo.

    - Y ese delincuente, agente... ¿sabe cómo captura a sus víctimas? Si me permite la pregunta.
    - Aún no lo sabemos. Si siquiera sabemos si los desaparecidos son víctimas de un delincuente...
    - Ya.
    - Aunque podría ser así, claro.
    - Claro.
    - Este café sabe raro, ¿no?

    La dama, entonces, desplegó una deliciosa sonrisa.

    - No creo, agente. Tal vez esté usted notando el sabor del somnífero que le he puesto...

    Antes de oír el final de la frase, caí de bruces sobre la mesilla, derribando con estrépito todo el servicio de porcelana.