Todos los comensales lo miraron con gesto serio. "Ya está este, otra vez. Ya nos va a dar los postres", parecían pensar.
Y así parecía que iba a ser, desde luego, porque el vidente entró, ipso facto, en una especie de trance descontrolado e incontrolable.
- Y todo lo que verás será peor que lo que tienes delante... y sabrás que el mal no tiene que conquistar el mundo, porque ya lo domina... y llorarás para nada lágrimas de sangre.
Los comensales fueron pidiendo flanes y tartas de la abuela, y la ronda de cafés. Hasta cayeron unos chupitos.
Nadie tomó nota de las palabras del imitador de Nostradamus. Lo hacían al principio, cuando eran jóvenes y les hablaba de un futuro que, ahora, era el presente.
Y es que no era fácil ser vidente, pero menos aún era tenerlo en la pandilla de amigos.
De repente, salió del trance.
- Y el mundo reventará en mil pedazos, y todo, todo... ¿no me habéis pedido chupito a mí? Cabrones.