- ¿200 euros? ¿En serio? ¡Qué morro!
- A ver, es manchega.
- ¿Y qué me cuentas?
La verdad es que 200 por una oveja, manchega o no, le parecía demasiado. Si lo hubiera sabido antes, se lo habría pensado; pero claro, llegados ya a este punto, no iba a decir que no. ¡Se las sabían todas, estos vendedores!
- Todavía es joven, la puedes usar para reproducción.
Para reproducción o para lo que fuera. 200 euros era una barbaridad. Pagó a regañadientes, cogió a la oveja y se la llevó, bien agarradita por el cuello.
Todavía iba refunfuñando cuando la oveja frenó en seco. Él notó el tirón, frenó en seco y miró hacia abajo. Allí estaba ella, observándolo. Y de repente, como quien no quiere la cosa, la oveja dijo:
- 200 euros tampoco es tanto, hombre. Yo no los tengo, pero si los tuviera... ¡ay, si los tuviera!
Al hombre se le heló la sangre y sintió un repelús, como si todos los vientos gélidos de La Mancha hubieran atravesado sus riñones al mismo tiempo.
Empezó a pensar que igual la oveja tenía razón, y que 200 euros tampoco era tanto...