Al principio es una simple lengua inflada, un percance sin importancia. Si continúa la hinchazón, es la facultad del habla, tan sutil y tan delicada, la primera en notarlo. Al principio son imposibilidades simpáticas, las linguodentales suenan a chiste y las sibilantes se espesan.
Te empiezas a preocupar cuando tus capacidades lingüísticas quedan reducidas a un balbuceo irracional.
Luego se comienzan a obstruir las vías respiratorias. La lengua, hinchada como la de la una vaca, impide el paso del aire. La pinchas con agujas, como si fuera un globo lleno de aire que tras explosionar volviera a su tamaño original, pero no sucede nada de eso, en su lugar surge sangre. La hinchazón no disminuye y el sabor del líquido vital en la garganta te hace recordar a los moribundos de las películas de cine.
Dirías unas últimas palabras, pero esa maldita lengua kilométrica no muestra piedad alguna.
Cuando el aire deja de llegar al cerebro, todo se funde en negro, todo se apaga, incluida la hinchazón...