"Mira ahí, ¿qué ves? ¿Y ahí?" "Árboles". En efecto, un sinfín de árboles de troncos larguísimos se extendían hasta donde alcanzaba la vista, a ambos lados del sendero, colina arriba y colina abajo.
"Bien, pues piensa que detrás de cada árbol se esconde un duende, al acecho, dispuesto a atacarnos. Uno detrás de cada árbol, o dos, o tres, si han decidido subirse unos sobre los hombros de otros. El lugar, desde luego, es idóneo para una emboscada. Imagínatelos, corriendo todos hacia ti, cientos, miles, profiriendo gritos de guerra".
"¿Qué podemos hacer? Pidamos refugio en aquel castillo".
El castillo se sostenía en inverosímil equilibrio sobre un afilado risco. Llamaron a la puerta, y sus hojas sonaron como los tambores del infierno, frías, profundas. Nadié acudió a abrirles, aunque hubieran jurado percibir un rostro escrutador, unas cortinas en movimiento.
De la colina comenzaban a surgir voces.