Los pocos que quedaban murieron en la última oleada de apatía y vulgaridad. Desaparecieron sin hacer mucho ruido, ellos son discretos, ya se sabe. Anduvieron en vías de extinción durante décadas, y sin embargo jamás fueron una especie protegida. De hecho, a nadie le importó cuando dejaron de caminar por nuestras ciudades.
Así el mundo puede, por fin, sumirse agradablemente en la más profunda monotonía, y seguir rodando por inercia hasta donde quiera el azar llevarle de la mano.
Y las almas de los genios continuarán gritanto en el vacío, para toda la eternidad, en el interior de esos cubos de metacrilato que vagan a la deriva, donde no pueden ser escuchados por nadie...