jueves, 14 de julio de 2011

Crónicas de la Tierra. Vol. 2: la electrotransportación

El sueño había surgido en las mentes de los humanos casi al mismo tiempo que el estudio de la electricidad y los campos magnéticos: el desarrollo de la corriente eléctrica sin cables como principio básico de control y expansión de una energía limpia y asequible. Hubo quien pensó en un solo generador, situado en un lugar seguro y protegido, capaz de dotar de energía constante a todo el planeta.
Comenzaron encendiendo bombillas a distancia, dando vida a aparatos eléctricos que se encontraban desenchufados, alumbrando ciudades enteras sin cables ni conectores. La energía siempre había estado ahí, flotando, trasladándose entre vacío y materia. Ahora, simplemente, el ser humano podía elegir dónde, y cuándo, utlizarla.
Pasar de la electricidad inalámbrica a la teletransportación era cuestión de tiempo, el tiempo necesario, de hecho, para aprender a convertir la materia en energía, transportarla, y devolverla a su forma material. Comenzaron con pequeños objetos, luego con edificios enteros (se decidió que la Estatua de la Libertad pasara un año en cada continente), más tarde con animales. El primer humano fue convertido en energía y trasladado tres metros más allá, dentro del mismo laboratorio. Diez años después de aquel hecho histórico ya se realizaban traslados transoceánicos.
En un momento dado, y sin razón aparente, algunos de los viajeros de la teletransportación comenzaron a desaparecer; o a no reaparecer, para ser exactos. Debían materializarse en un lugar concreto, y no lo hacían. Se les buscó infructuosamente; se les había analizado, decían, sin encontrar nada anormal; se pensó en una posible exposición a radiaciones, pero estas no eran diferentes a las de los cientos de miles de teletransportados cuyos viajes sí se completaban.
Durante un tiempo se les dio por muertos, pero experimentos realizados con nacimientos revelaron un detalle inquietante: la desaparación de un teletransportado no evitaba el nacimiento inmediatamente posterior de un niño “desangelado”. El alma de un desaparecido, por tanto, seguía viva.
Por todo ello se comenzó a hablar de universos paralelos, de paraísos artificiales, de ángeles y demonios provistos de alma humana. Por todo ello los humanos comenzaron a ponerse nerviosos: si diez mil millones de almas ya eran insuficientes para toda la población de la Tierra, permitir que un porcentaje de estas se fugara a espacios adimensionales constituía una verdadera catástrofe. ¿Y si llegaba el día en que todas las almas se encontraban en otras dimensiones, allí donde nunca morían, allí donde nunca se les llamaría para repoblar cuerpos humanos?
Todos temblaban ante esta posibilidad. Todos, por supuesto, excepto los “desangelados”.