Pronto el número de "desangelados" había superado al de individuos con alma. Cambiaba la sociedad y cambiaban, con ella, las costumbres, de modo que las personas "a la manera tradicional" comenzaban a adoptar actitudes "desangeladas" como una curiosa forma de adaptación al medio que los sociólogos no tardaron en detectar. "La sociedad se enfriaba", decían, lo que hacía disminuir tanto las muestras de afecto como el número de conflictos.
¿Y los teletransportados? Aquellas almas, miles de millones, seguían sin aparecer, mientras, como muestra de que continuaban junto a sus poseedores originales, nacían "desangelados" en cantidades industriales.
Las teorías al respecto se radicalizaron: la mayoría dio por sentada la existencia de un paraíso al que se accedía, bajo determinadas condiciones no muy bien delimitadas, a través de la teletransportación eléctrica, un paraíso de felicidad e inmortalidad, y se lanzó locamente a una especie de ruleta rusa en la que la desaparición durante el proceso de teletransportación era el premio deseado; hubo un grupo minoritario que imaginó un infierno en el que las almas sufrirían un tormento eterno que era preciso evitar, de modo que evitaban la teletransportación dejando, en teoría, su alma para miembros de una generación posterior que, en muchos casos, se adscribían a la teoría del paraíso; por último, tranquilos e impasibles, estaban los "desangelados".
Cuando todos los niños comenzaron a nacer "desangelados", se dio por sentado que en algún lugar diez mil millones de individuos con alma hacían algo, no se sabía muy bien qué, si era bueno o malo, un premio o un castigo.
Algunos cronistas de esta era comentaban con sorna que el mundo, en realidad, no había cambiado tanto, que siempre había estado plagado de desalmados; para otros, en cambio, la ausencia de conflictos e inquietudes había abierto las puertas a una nueva humanidad, a la sociedad tan deseada por profetas, místicos y milenaristas.
Muchos, muchos años después, nacería un niño extraño, un niño que lloraba, un niño, sin duda, con alma. Y luego nacieron otros más, lo que para muchos supuso el principio del fin. Pero esa es ya otra historia, y de ella se encargan otras crónicas...