viernes, 9 de septiembre de 2011

Cómo pensar en no pensar

     Cada uno de ellos se posó suavemente en uno de los hemisferios de su cerebro. Se acomodaron, de modo que él supo al instante que pasarían allí un buen rato, y comenzaron a hablarle.
     El del hemisferio derecho le decía que dejara de pensar. Le instaba a anular la corriente de pensamiento y a poner la mente en blanco. Le hablaba de la Edad de Oro, de tiempos en los que los seres humanos eran libres, en los que el espíritu gobernaba y extendía la paz y la confraternidad entre las almas, antes de que la razón llegara y encerrara el espíritu en cubículos cerrados. "La razón mató al espíritu", le dijo. Solo deteniendo el pensamiento el espíritu podría volver a liberarse, y surcar los cielos y sus mundos, y aprovechar del universo su armonía para desarrollar a las gentes y las sociedades. "Ahora ya nadie detiene sus pensamientos, todos están demasiado ocupados para eso".
     El del hemisferio izquierdo, por su parte, le instaba a pensar, a activar esa capacidad que nos hace grandes, especiales, que nos diferencia de los seres inferiores y nos lleva a mundos inimaginables de abstracción, a universos paralelos, a viajes en el tiempo, a fantasías realizables. "La filosofía ha muerto", decía, y recordaba con añoranza sociedades anteriores en las que el pensamiento era un arte y el lenguaje bien utilizado una virtud. El ser humano tenía que volver a activar su pensamiento, vivir de acuerdo a una ideas creadas por él y no impuestas o imitadas. Solo mediante la facultad intelectiva la sociedad del futuro podría salir del atasco en el que se encontraba esta. "Ahora ya nadie piensa, pensar está mal visto, pensar es dudar, y nadie quiere dudar, todos tienen cosas mejores que hacer".
     Así que eso era, el eterno combate entre Apolo y Dionisos, la lucha entre "el tiempo del logos" frente a "el tiempo del eros", el enfrentamiento entre Hércules y la Lira estaba en un momento de máximo apogeo. Él no supo si tomar partido, no podía pararse a pensarlo, pues eso le decantaría en favor de su lado izquierdo; no podía actuar por instinto, pues ello le inclinaría a su lado derecho.
     Y él los apreciaba a los dos. Lástima que, por razones que aún no alcanzaba a comprender del todo, la batalla se estaba resolviendo con una terrible derrota por ambos bandos...