Cada uno de ellos se posó suavemente en uno de los hemisferios de su cerebro. Se acomodaron, de modo que él supo al instante que pasarían allí un buen rato, y comenzaron a hablarle.
El del hemisferio derecho le decía que dejara de pensar. Le instaba a anular la corriente de pensamiento y a poner la mente en blanco. Le hablaba de la Edad de Oro, de tiempos en los que los seres humanos eran libres, en los que el espíritu gobernaba y extendía la paz y la confraternidad entre las almas, antes de que la razón llegara y encerrara el espíritu en cubículos cerrados. "La razón mató al espíritu", le dijo. Solo deteniendo el pensamiento el espíritu podría volver a liberarse, y surcar los cielos y sus mundos, y aprovechar del universo su armonía para desarrollar a las gentes y las sociedades. "Ahora ya nadie detiene sus pensamientos, todos están demasiado ocupados para eso".
El del hemisferio izquierdo, por su parte, le instaba a pensar, a activar esa capacidad que nos hace grandes, especiales, que nos diferencia de los seres inferiores y nos lleva a mundos inimaginables de abstracción, a universos paralelos, a viajes en el tiempo, a fantasías realizables. "La filosofía ha muerto", decía, y recordaba con añoranza sociedades anteriores en las que el pensamiento era un arte y el lenguaje bien utilizado una virtud. El ser humano tenía que volver a activar su pensamiento, vivir de acuerdo a una ideas creadas por él y no impuestas o imitadas. Solo mediante la facultad intelectiva la sociedad del futuro podría salir del atasco en el que se encontraba esta. "Ahora ya nadie piensa, pensar está mal visto, pensar es dudar, y nadie quiere dudar, todos tienen cosas mejores que hacer".
Así que eso era, el eterno combate entre Apolo y Dionisos, la lucha entre "el tiempo del logos" frente a "el tiempo del eros", el enfrentamiento entre Hércules y la Lira estaba en un momento de máximo apogeo. Él no supo si tomar partido, no podía pararse a pensarlo, pues eso le decantaría en favor de su lado izquierdo; no podía actuar por instinto, pues ello le inclinaría a su lado derecho.
Y él los apreciaba a los dos. Lástima que, por razones que aún no alcanzaba a comprender del todo, la batalla se estaba resolviendo con una terrible derrota por ambos bandos...