En 1903, los registros de inmigración de la ciudad de Boston reflejan la llegada a la ciudad del joven Donald Reid, natural de Irlanda, según su propio testimonio. Esto no supondría novedad alguna si no fuera por el hecho de que el extrañado agente de inmigración anotó, en el apartado "edad", que el Sr. Reid, pese a aparentar no más de veinticinco años, aseguraba tener casi cuatrocientos, sosteniendo su inverosímil afirmación contra viento y marea.
No es este el único caso. Algo similar sucedió en la década de los 60 con un danés, Martin Sigurdsen, funcionario del estado, a quien se le permitió, pese a su aparente juventud, realizar su labor en el Ministerio de Agricultura de su país durante más de una década con una edad "oficial" que rondaba los 450 años.
Curiosamente, y frente a la opinión popular, la historia está llena de anécdotas de esta índole. En ámbitos académicos es conocido el informe de las tropas napoleónicas que, a principios del siglo XIX, refiere el encuentro en Lieja con un curioso personaje, un tal Rick van Meir, que aseguró, al ser retenido por alteración del orden público y resistencia a la autoridad, haber nacido más de doscientos años antes. O el recuerdo, todavía reciente, de "el canadiense eterno", el "joven" Peter Beird, que paseó su apariencia juvenil por varias televisiones del país en los 80, asegurando andar próximo a los cinco siglos de edad.
Es interesante hacer referencia a estas curiosas historias precisamente en estos días en los que hemos leído la noticia de Tom Newell, un chaval que desde Sidney, Australia, pregona a los cuatro vientos, a través de Facebook y su propio canal de Youtube, la celebración de su 500 cumpleaños, que adereza, por cierto, con divertidas anécdotas de su "larga" vida.
Hay que admitir que, ya sean tomados por locos, ya sean enfermos y esquizofrénicos, ya sea por compasión, este tipo de personajes caen simpáticos. Uno tiende a pensar que, tal vez, su perturbación tenga algo de fisiológico, por cuanto es inevitable encontrar un parecido evidente entre los rostros de Newell y Beird, recogidos en los medios, así como de Sigurdsen, cuya ficha aún se conserva en su Ministerio en Copenhague. Llegados a este punto, ¿quién no desearía dar con un retrato de Reid, con un óleo de Van Meir? Lamentablemente, la consecución de estos objetivos parece realmente complicada.