miércoles, 28 de diciembre de 2011

Crónica del más allá. 3.- Descubrir

     Te sumerges en los destellos, te lanzas sobre ellos como un depredador sobre su presa, comienzas a intuirlos, a atraparlos, a dejarte transportar. Quién dijo que la vida después de la muerte era aburrida.
     Los destellos te transportan al otro lado, al mundo real, al mundo de los vivos. Comienzas con pequeñas apariciones, luego con estancias más duraderas, de segundos, de minutos incluso, cuando eres capaz de enlazar un destello con el siguiente, de atarlos como quien ata dos relámpagos y recorre el cielo sobre ellos. Vas perfeccionando el arte de visitar el mundo de los vivos, y la angustia se convierte en diversión. Ahora viajar entre dimensiones es un juego.
     Algo te preocupa, no obstante. Sabes que para ellos eres un fantasma, un aparecido, alguien que no debería existir, lo sabes porque tú has estado en su lugar. Deberías mostrate ante ellos, deberías verlos gritar y señalarte paralizados por el terror y, sin embargo, no te cruzas con nadie, nadie grita, el mundo que visitas parece tan desierto como aquel en el que apareciste.
     Buscas otros muertos con quienes compartir experiencias, buscas vivos capaces de comunicarse contigo, buscas incautos a quienes asustar y solo encuentras vacío y soledad. El mundo es enorme cuando solo tú lo habitas.
     Tal vez recorras el mundo de los vivos kilómetro a kilómetro, ciudad a ciudad. Tal vez no encuentres más que abandono y destrucción. Tal vez comiences a desesperar, pero desesperar no es una opción cuando te queda por delante una eternidad. Tal vez, entonces, pase tanto tiempo que recorras los dos mundos, el tuyo y el otro, buscando y sin encontrar.
     Entonces quizás, solo quizás, concluyas que eres un fantasma en un mundo extinto. Que quizás, solo quizás, los humanos ya no existen, que fueron destruidos y eliminados, tal vez a la vez que tú, que el mundo de los vivos está vacío y que cada muerto tiene su mundo inhabitado. Puede que, condenado a vivir eternamente y aparecerte ante nadie, termines por vagar condenado a la soledad; aunque también puede que, entretanto, una pequeña llama de esperanza, oculta por un velo a la vista, te diga que la eternidad es tanto tiempo que no puedes descartar que, en un momento dado, se te aparezca un fantasma. El fantasma de un fantasma.
     Rezarías por que así fuera, pero no sabes a quién.