domingo, 5 de febrero de 2012

A veces...

     Se volvió a un lado, a otro, miró en sus bolsillos, detrás de la cómoda, debajo de la cama, detrás de las macetas, tras el felpudo. Nada. Sus pensamientos habían desaparecido. No pudo encontrar ni uno. Se asustó un poco al principio. Luego se asustó mucho, claro, como haría cualquiera que perdiera sus pensamientos.
     Comprobó, sin embargo, que su cabeza no estaba vacía. Algo daba vueltas por ahí, vagando, una multitud de imágenes absurdas, de signos sin sentido, de letras que, como en una sopa, se colocaban y descolocaban continuamente sin llegar nunca a formar palabras reconocibles.
     ¿Qué hace uno cuando sus pensamientos dejan de tener sentido? Lo primero, desde luego, es tomar asiento, respirar hondo, tranquilizarse y pensar una posible solución. Pero, ¿cómo se piensa una solución cuando se han perdido los pensamientos?
     Decidió dedicarse a la contemplación de las ruinas que poblaban ahora su cerebro. No se le ocurrió, por supuesto, más bien lo hizo por instinto. Tal vez el ser humano tiende a la contemplación de forma natural cuando no tiene contenidos a los que agarrarse. Era bella, en realidad, esa amalgama de imágenes y símbolos, de letras y números, de acciones y deseos sin conformar... tal vez era bella precisamente por eso, porque no significaban nada.
     Estuvo así un tiempo, dedicado a la autocontemplación impensante. Estuvo así largo tiempo, de hecho, hasta que alguien, tal vez por casualidad, si es que la casualidad existe, pasó por su lado.
     Entonces se dio cuenta de que, aunque seguía sin poder leer sus pensamientos, había desarrollado la capacidad de leer los pensamientos de los demás. Se sintió aliviado. ¿Los pensamientos de los demás? Eso podía ser divertido. Al fin y al cabo sus pensamientos solían ser bastantes estúpidos; los de los demás, en la mayoría de los casos, eran, por el contrario, un auténtico misterio.
     Así que sonrió. No pensó en sonreír, simplemente lo hizo; tampoco pensó en dedicarse desde aquel instante a leer pensamientos ajenos, y sin embargo... Tal vez el ser humano tiende de forma natural a intentar comprender lo que piensan los otros cuando los propios pensamientos parecen vacíos y absurdos; tal vez lo hacen porque no se dan cuenta de lo vacíos y absurdos que son, igualmente, los pensamientos de los otros...