Tuve un sueño en el que me encontré con un anciano. No necesité mucho tiempo para convencerme de que el anciano era, en realidad, mi yo del futuro, que venía a traerme algún mensaje, algún consejo o alguna enseñanza.
El anciano, no obstante, tenía una forma diferente de entender la situación. Me contó que se había quedado dormido, que estaba soñando, y que yo era un sueño en el que reconocía a su yo más joven.
No supe muy bien a qué atenerme, pues ni yo tenía mucho que aconsejar a mi yo futuro ni él me estaba diciendo nada que contribuyera a mi enseñanza; más bien, fomentaba mi confusión.
Le pregunté, más por cumplir con lo que se esperaba de mí que por verdadera curiosidad, si iba a merecer la pena seguir viviendo. Por toda respuesta, el anciano sacó una daga que llevaba guardada en el bolsillo de la chaqueta y me la clavó en el corazón.
Mientras me preguntaba qué tipo de persona aparece en un sueño con una daga en el bolsillo y se mata a sí mismo de joven, deseé con todas mis fuerzas despertar y volver a la realidad. Pero la daga seguía clavada en mi pecho, y la sangre que brotaba de la herida empezaba a empaparme la camisa y a manchar mis manos. Quise gritar, pero noté cómo una ola de sangre subía por mi garganta y me ahogaba, impidiéndome emitir sonido alguno.