Escribí una obra. Muy bien. No es fácil. Hay que plantearla, darle forma, redactarla, conseguir que los personajes sean verosímiles y que la tensión se mantenga. Yo lo conseguí.
No se la di a leer a nadie. No, al menos, en principio. Ya buscaríamos la manera de darle salida, de buscarle un público adecuado.
Llevo un tiempo, sin embargo, un tanto mosqueado por el hecho de que se están cumpliendo, en la vida real, todos los hechos, punto por punto, que conformaban mi historia. De algún modo, la trama se está haciendo real.
Y no hablo de una trama cualquiera. Hay asesinatos, extorsiones, terrorismo... en fin, crímenes y delitos para todos los gustos que, misteriosamente, estoy viendo en los titulares de los diarios de los últimos días. Cambian los nombres de los personajes, claro, pero no los hechos.
Lo que me disgusta no es tanto que la ciudad se esté llenando de violencia, ni que mi novela acabe en una hecatombe mundial que, si todo sigue así, está al caer en la realidad, sino que los lectores, al leer mi obra, piensen que no es ficción, que es una especie de documental o ensayo sobre la realidad.
Eso, de hecho, me irritaría enormemente.