Creo que alguien habita en mi salón. Alguien que no soy yo, claro. Por eso tengo la sensación de que, cuando no estoy en casa, se echan en el sofá, ponen el televisor, encienden la calefacción. Los objetos aparecen, de tanto en cuanto, desplazados, fuera de su sitio natural, sutilmente recolocados, como si se intentara disimular.
Pero no pueden engañarme.
La próxima vez que salga voy a regresar rápidamente, de manera insospechada, cuando no se me espere. Seguro que atraparé al intruso infraganti. Que se vaya preparando.
Aunque ahora que lo pienso, es más que probable que el encuentro inesperado derive en enfrentamiento. ¿Debería hacerme con un arma? ¿Debería, por el contrario, utilizar el diálogo y la diplomacia?
Ya lo tengo. Una bomba de humo. Entraré en mi casa como un grupo de operaciones especiales, como una redada.
Los vecinos van a flipar.