Los escalones, excavados de forma irregular en la dura roca, parecían caer hasta el infinito. La luz era cada vez más escasa, y el olor, más intenso.
Poseído por una fuerza que se diría sobrenatural, por una energía inefable, el héroe comenzó su descenso. La densa atmósfera parecía resistirse y disfrutar dificultándole la respiración.
Pronto llegaron las primeras voces, las primeras sombras. Pronto empezó a sentir que le susurraban barbaridades al oído, que seres de pesadilla revoloteaban a su alrededor, divertidos, mientras esgrimían razones funestas sobre su destino y el futuro que le esperaba allá abajo.
Nada, sin embargo, iba a quebrantar su determinación.
Cuando vio a sus pies una llanura de reflejos acuosos, creyó haber enloquecido definitivamente. Se agachó para tocas aquella superficie. Era agua. Bebió recogiéndola con las palmas de las manos.
Se acercó una barca, silenciosa como la muerte. La manejaba un barquero.
- Bienvenido, soy Caronte -dijo. - ¿Qué deseas?
Supo, entonces, que había alcanzado su objetivo de descender a los infiernos.