jueves, 3 de abril de 2025

El naufragio

     Habían naufragado. Parecía imposible, algo de otros tiempos, pero la tempestad había contribuido a arrastrar el barco, a romper la quilla y a provocar el hundimiento.

    Se había salvado a duras penas, agarrándose a restos y maderamen. Nada sabía del paradero de los demás; las perspectivas, no obstante, no eran muy halagüeñas.

    Recobró la conciencia y notó la boca pastosa, llena de arena. Había tocado tierra arrastrado por las corrientes. ¿Y ahora? Miró a su alrededor. Una playa. ¿Estaría en una isla? ¿Una isla desierta?

    Sacudió la cabeza, negando. Las islas desiertas ya no existían.

    Observó que una mujer se acercaba caminando. Lo saludó y le preguntó cómo se encontraba. Él se presentó. Ella le dijo que era una diosa, su diosa protectora, que no había nada que temer.

    Él sacudió la cabeza, negando. Las diosas protectoras ya no existían.

    Algo ofendido, le pidió a la diosa que le indicara la ubicación del chiringuito más cercano. O, en su defecto, de un terreno urbanizado.

    La diosa guardó silencio.

    Él la incitó a contestar con gestos inequívocos. Los chiringuitos, y las urbanizaciones, sí que existían.