Además, no tiene mucho sentido ponerse a discutir con un muerto, sobre todo porque ya está muerto. Así que, normalmente, escuchas lo que dice y tratas de ponerte en su lugar.
Tiempo después me puse a dialogar con un joven. Su energía y su determinación me sorprendieron. Quise contestarle, y observé que me trataba con condescendencia. Fue entonces cuando me di cuenta de que, en algún momento, el muerto había pasado a ser yo.