Oyó que algo rondaba. Un rumor de pasos que se acercaban, un quebrarse de ramas. La sensación de silencio en el entorno, como cuando todos los invitados callan durante unos segundos para comprobar que se ha producido una nueva llegada.
En aquella ocasión, no obstante, el recién llegado no había sido invitado.
Tardó en aparecer ante sus ojos, como si esperara el momento oportuno, como si buscara causar impresión. Finalmente, la vio.
Era enorme. Cuando se irguió ante sus ojos calculó que le doblaba en altura. Podría arrojarse sobre él y ahogarlo por aplastamiento, así de fácil.
La bestia lo miró. Pudo ver la locura reflejaba en sus ojos. Dio un par de pasos hacia adelante, reduciendo la distancia que los separaba, dispuesta a iniciar, de un momento a otro, una carrera frenética y mortal.
Notó sus manos desnudas, inermes. Comprobó la imposibilidad de huir a la carrera. Cerró los ojos y, antes incluso de abrirlos, pudo percibir el olor de la bestia que ya se le echaba encima.