viernes, 25 de julio de 2025

Un favor, por café

     Tomé asiento frente al desconocido porque no había otro sitio libre. Era un lugar agradable, no obstante. Los rayos de sol atravesaban el cristal y acariciaban la piel, sin resultar abrasadores.

     El tipo me preguntó si quería un café. Deduje que me estaba invitando, una cortesía entre desconocidos que, por más que cada vez resulte más difícil de ver, todavía se estila en ciertas situaciones. Asentí y le di las gracias de antemano.

     Al otro lado de la ventana se veía el mar, un mar inmenso e impenetrable, cuyo aspecto, calmado y apacible, no restaba un ápice a su carácter amenazador e intimidatorio.

     El desconocido llegó, sonriente, con una taza de café en cada mano. Se sentó y puso una de las tazas ante mí. Cuando la tomé entre mis manos me abrasó los dedos. Tan caliente estaba. Cuando di el primer sorbo se me estofó la lengua. Me hubiera puesto a gritar, pero hubiera sido una descortesía actuar así ante el amable desconocido.

     Me pregunté cómo era posible que él sostuviera su taza, y que bebiera, con total normalidad.

     Hubo un momento en el que pensé que el amable desconocido era, en realidad, un enemigo encubierto. Desde entonces, y durante el resto del trayecto, sin dejar de sonreír, ni de ser gentil, desconfié de él en lo más profundo.