Apareció hecho un basilisco, interrumpiendo mi descanso.
- ¡Que no puede ser! ¡Que no! ¡No pienso volver a verlo!
Intenté preguntarle qué sucedía, pero era tal su furia que tuve que cargarme de paciencia y esperar a que pudiera pronunciar algunas palabras.
Sucedía que había discutido con su socio.
- ¡Que se olvide de mí! ¡No volveré a dirigirle la palabra! ¡Jamás!
Le dije que tratara de recuperar la calma, que no hiciera ni dijera nada de lo que luego pudiera arrepentirse. Que descansara, y mañana vería las cosas de otra manera.
- ¿Mañana? -me preguntó, mirándome como si le sorprendiera la mera idea de que, después del día de hoy, vendría otro día diferente. - ¡Claro! ¡Mañana!
Y rio de forma estentórea mientras se iba a descargar su furia en cualquier otro lugar.
Quedé algo preocupado. Inmediatamente sonó el teléfono. Era el socio que, conciliador, quería entablar conversación y hacer las paces. Le dije que por supuesto, que seguramente todo se arreglaría. Que, de hecho, ya había expresado su socio el deseo de reconciliarse, después de la cierta irritación inicial.
Pareció complacido con la idea.
Los dejé hablando. Pelillos a la mar.