domingo, 19 de octubre de 2025

Paisaje en movimiento

     A través de la ventana, el paisaje transcurre despacio, como el tiempo, que parece no llegar nunca.

     Los trenes cada vez son más rápidos, pero todavía no han podido plegar la dimensión temporal. Un viaje de dos horas sigue siendo un viaje de dos horas; uno de cuatro, de cuatro; y uno de diez, pues imaginen ustedes.

     Un mapa diría que uno ha llegado más lejos en el mismo tiempo, ciertamente, pero uno no tiene esa sensación cuando los objetos se desplazan al otro lado del vidrio laminado. Allá al fondo, sobre el horizonte, el mundo posa como si esperara que un improvisado pintor lo plasmara en un lienzo.

     Sentado confortablemente, detengo mi torrente de pensamientos para observar al otro lado. Busco un patrón en el pausado movimiento de los objetos exteriores, algún código secreto que quisieran transmitirme, que yo debiera descifrar.

     Observo otro tren, a lo lejos. Se mueve sobre el fondo paisajístico, como un títere sobre un fondo de escenario. Lo veo acercarse. Pienso que debe de ir tan rápido como el que me lleva, pero parece flotar en un tiempo paralelo.

     Durante unos instantes, lo observo con curiosidad, hasta que me doy cuenta de que circula efectivamente rápido, que viene hacia nosotros y que, probablemente, en el siguiente cruce de vías el impacto va a ser inevitable. Una extraña sensación me invade, me siento ajeno a lo que está a punto de suceder. Siento la ventana como una pantalla que me transporta a otro lugar.

     De todos modos, y por si acaso, mis manos se agarran con fuerza a los brazos del asiento.