- Tienes que fingir.
Sin más explicaciones. Como una orden irrevocable de cuyo acatamiento dependiera su vida.
Él no sabía fingir. No lo había tenido que hacer nunca. De hecho, las veces que lo había intentado le había salido fatal. Además, no le gustaba hacerlo. Le hacía sentir mal.
Tampoco quería decepcionar a nadie, no obstante. Y supuso que, si se negaba a acatar la orden, quienes la daban se enfadarían. Normalmente, quienes dan órdenes se enfadan si esas órdenes son ignoradas.
Así que les dijo que sí, que iba a fingir, pero no lo hizo. No realmente, pues no sabía hacerlo. Es decir, fingió que fingía.
Y eso sí que, curiosamente, parecía dársele bien.