Llevaba un rato intentando entrar, pero no había manera de abrirla. Hacía ya tiempo que había renunciado a los métodos más sencillos y habituales: la llave no entraba, no respondía al timbre, ni a los golpes de los nudillos, repetidos, sobre la madera.
Había pasado a mayores, haciendo uso de la fuerza, pero sin resultado.
Trató de usar una palanca, comenzó a dar puntapiés, buscó algún objeto que usar como ganzúa, como hacha, como taladradora.
Comenzó a arrojar piedras, alguna tan grande que le había costado levantarla y que, finalmente, pareció sacar a la luz las debilidades de la puerta. Animado, redobló sus esfuerzos, la fuerza de sus patadas y la energía empleada, hasta que, de una vez por todas, la puerta cedió.
Pronto se dio cuenta de que lo que importaba, en realidad, no era entrar, sino que aquello, aquella cosa que estaba en el interior, no saliera.
jueves, 23 de octubre de 2025