Sorprendió a aquel hombre mirándolo. Tampoco era nada inhabitual. Se trataba de una sala de buen tamaño, poblada pero no repleta. Una treintena de personas, probablemente, sentadas y en silencio. Cada una dedicada a sus asuntos, sus estudios y meditaciones. En esas circunstancias, no era extraño que algunos levantaran la cabeza y, tal vez para descansar la vista, o para repasar mentalmente los pensamientos más recientes, observara, de forma distraída, los rostros de los demás.
Él bajó el rostro, algo azorado, culpable, en cierto modo, de haber sorprendido al otro observándolo, en una especie de extraño juego intrascendente de contactos visuales, culpas y responsabilidades. Pensó que el otro había hecho lo mismo, en cualquier caso.
Unos segundos después fue él quien levantó la vista. Allí seguía el otro. Mirándole.
Se encontraban relativamente distanciados, pero no había ninguna duda de que lo miraba a él.
Comenzó a intranquilizarse. ¿Querría algo? ¿Lo conocería de algún sitio? ¿Tendría alguna intención? ¿Avisar, intimidar?
Trató de quitarle hierro al asunto. Ya se cansaría.
Dos horas después, el tipo seguía mirándolo. Fijamente. Apenas parpadeaba. Y él, completamente desquiciado, sin poder enlazar dos pensamientos que no hicieran referencia a los ojos que tenía sobre sí, solo deseaba, como si fuera objeto de una tortura, que aquello acabara, aunque fuera pagando el precio de su propia vida.
jueves, 20 de noviembre de 2025