Tomó en sus manos aquel extraño objeto. Parecía raro, valioso, frágil, milagrosamente conservado en aquel sótano, en condiciones casualmente perfectas de temperatura y humedad.
Lo abrió con sumo cuidado, y el interior se le mostró maravilloso. Una malgama de símbolos perfectamente ordenados, plasmados sobre una superficie dúctil y flexible, un jeroglífico indescifrable de signos que, seguro, tuvieron algún significado en un pasado muy remoto, cuando los seres humanos se comunicaban dibujando signos sobre distintas superficies.
Por diversión copió los signos sobre el polvo de la mesa. Eran fáciles de transcribir. Una línea vertical, de la que salía, a media altura y hacia la derecha, una horizontal, y luego otra vertical... H. ¿Qué significaría?
Pensó en lo importante que serían aquellos signos para la civilización anterior, aquella que todo lo registraba, el pasado antes del gran apagón y de las guerras de subsistencia.
De vez en cuando se oían historias, probablemente inventadas, sobre unas sociedades legendarias que habitaban grandes acumulaciones de personas, que se desplazaban sobre objetos móviles, que se comunicaban a distancia y, como podía comprobar, que grababan signos.
Siguió copiando los símbolos sin entender su significado. Una O, esa era fácil; un zigzag, M... Cuando terminó aquel primer grupos de signos, los observó: HOMERO. ¿Qué sería? Aquel objeto lleno de ellos era grueso y pesado.
"Los antiguos eran gente extraña", pensó. Y siguió afilando su lanza de madera, a ver si aquel día conseguía cazar algo.