viernes, 9 de febrero de 2024

Hablad conmigo

    "Tengo el placer de estar hoy aquí con todos ustedes...".
    El orador comenzó su discurso con solvencia, con seguridad, sabiendo de lo que hablaba y lo que se traía entre manos. Las palabras brotaban de sus labios como dulce miel, naturales, inspiradoras. El mensaje iba a calar, iba a ser una bomba. Los libros de historia hablarían de un antes y un después de aquel discurso.
    Solo después de un buen rato notó que el auditorio estaba especialmente silencioso. Ni una frase de aliento, ni un grito de apoyo, ni un suspiro. Ni siquiera un bostezo. Dejó entonces el escenario y bajó al patio de butacas.
    Allí no había nadie.
    Dio un par de vueltas, miró a un lado y a otro, a los palcos, bajó al foso, se asomó a los bastidores, y solo se encontró con la absoluta soledad.
    Entonces volvió a la tribuna, retomó el discurso por donde lo había dejado y, con más vehemencia si cabe, lo continuó hasta el final. Tal vez nadie lo oyera, pero aquellas geniales palabras merecían ser pronunciadas, como si un discurso no cobrara vida hasta que alguien lo ejecutase.
    Al final, por supuesto, los aplausos que resonaron en la mente del orador eran atronadores.