Luego la vida le había ido dando patadas, le había ido enseñando el lado malo de la gente, la cara oculta del mal. El ser humano tenía un lado oscuro, muy oscuro, y él lo había saboreado tanto como el que más. Por eso ahora, que ya no era tan joven, pensaba que daba igual cuál fuera la última imagen. Si te ibas a la tumba, te ibas y punto. La última imagen tenía, en el otro mundo, el mismo valor que la primera, y que cualquiera de las otras. Ninguno.
"Menos mal que llegué a esa conclusión", pensaba mientras se sorprendía a sí mismo de que precisamente aquellas conversaciones de adolescente fueran las que vinieran a su mente en aquel momento. Porque la última imagen, la que acompañaría a esa extraño último pensamiento, iba a ser la del bigote de aquel tío, el de la cicatriz, y su sonrisa estúpida mientras le apuntaba a la frente con un revólver y, sin dilación y sin piedad, apretaba el gatillo...