- Firma, por favor.
El funcionario miraba el papel que tenía delante como una vaca mira el tren que pasa.
- Firma ya, hombre.
En realidad era un papel como otro cualquiera, uno más de los cientos que había firmado aquella mañana, de los cientos de miles que había firmado durante sus veinte años como funcionario.
- Venga, por Dios, firma ya, que estás formando atasco.
El funcionario miró a su izquierda, donde, en efecto, empezaba a formarse un atasco de papeles por firmar, un taco de documentos que empezaba a convertirse en una montaña. Vio también los rostros de sus compañeros, que observaban alucinados, si entender nada, su comportamiento.
- ¡Que firmes, coño!
Sabía que sin su firma el proceso no podía avanzar. Era una de las prerrogativas del jefe de sección, que era él. Sin su firma, la burocracia se detenía, el sistema de detenía, el mundo, quizá, se detendría también.
- ¿Quieres firmar de una puta vez, jodido cabrón?
El funcionario negó, lentamente, con la cabeza.
Aquella situación estaba empezando a gustarle.