lunes, 5 de mayo de 2025

La bestia

     Estaba en la cocina, como si estuviera esperándome. Ni siquiera llegué a saber por dónde había entrado. Las ventanas estaban estaban cerradas y las cortinas, corridas.

    Había abierto el frigorífico y, empujando con las zarpas, había dejado caer un yogur que ahora devoraba pasando el hocico por el suelo. Levantó la cabeza y me miró con más curiosidad que enfado.

    Yo le miré a él con más curiosidad que terror, a pesar de su tamaño y de su aspecto.

    Era tan grande como yo mismo, incluso algo mayor. Sus cuatro patas eran parecidas a las de un león; el cuerpo, como el de un caballo; su morro era alargado, como el de un cocodrilo.

    Me acerqué con cuidado. En ningún momento me sentí amenazado. Él se agachó y quedó tumbado en el suelo, recibiendo el contacto de mi mano. Rápidamente abrí el ventanal, volví adonde estaba la bestia y me subí a su lomo sin pensarlo demasiado. Él se incorporó y, de algún modo, desplegó dos poderosas alas.

    Unos segundos después estábamos volando sobre los tejados de la ciudad.