En cuanto sonó el teléfono, ya intuyó lo que iba a pasar. Aquel trasto llevaba años sin recibir una sola llamada y, sin embargo, él lo había mantenido, como un adorno extemporáneo en su sala de estar, esperando este momento.
Se lo habían advertido, hacía ya tanto tiempo que casi ni recordaba cuándo, a su llegada a aquel puesto.
- Dígame -se oyó pronunciar al descolgar el auricular del teléfono.
- Corre -oyó que decía una voz que no supo reconocer, aunque poco importaba. - Van a por ti, ahora. Corre, tan rápido y tan lejos como puedas.
Cuando la llamada se cortó, y cuando colgó el auricular, se dio cuenta de que había pasado tanto tiempo esperando esas palabras que ahora, cuando habían llegado, no recordaba cuál era el plan de huida. Ni siquiera sabía si había tenido alguno en el pasado.
Así que cogió cuatro cosas, montó un equipaje ligero y apresurado, y salió por patas de aquel lugar.
No se molestó ni en cerrar la puerta con llave. Para qué, si ya no iba a volver jamás.