El poema, escrito en hexámetros dactílicos, cuenta cómo un pastor, tras aplastar a un mosquito que le había picado, se da cuenta de que el insecto le había alertado de la presencia de una peligrosa serpiente. El insecto, en forma de espectro, regresa de entre los muertos, le reprocha al pastor el olvido de su noble y heroica acción, y le proporciona una descripción del Hades, poblado de figuras célebres y ya fallecidas.
¡Caray con el mosquito!, que diría aquel.
La verdad es que hace tiempo que no me cruzo con una serpiente, pero estos días he matado tantos mosquitos, insistentes y voraces, que me pregunto si no se tratará de una conjuración para salvar mi vida, a base de picotazos, de algún peligro desconocido por mí, al menos hasta el momento.
Por si eso fuera así, y como últimamente no quiero que se me aparezcan espectros en el transcurso de las cálidas noches, ni preciso descripciones poéticas de los infiernos, lanzo desde aquí, desde ahora, un canto de respeto y admiración a esa muchedumbre de bichos que tanto se han preocupado por mí.
Sean las ronchas en mi piel pequeños altares votivos; sean sus cadáveres, pegados a la pared, convenientemente extraídos e incinerados.
Descansen en paz sus almas.