Todo creador se siente como un dios, pero a Dios se le rebeló un tercio de los ángeles, al mando de Lucifer, y tuvieron que se expulsados y condenados a vivir como ángeles caídos.
A Víctor Frankenstein lo condenó el desprecio por la criatura que él mismo había creado, y ello lo llevó a sufrir su venganza y a ver como sus seres queridos morían a manos del ser al que él mismo había insuflado vida.
A Pigmalión, sin embargo, los dioses le fueron favorables, y dieron vida a Galatea, la escultura que él mismo había creado y de la que se había enamorado perdidamente.
Todo creador sabe que los hados pueden serle funestos, pero pueden también favorecerle. La creación, así concebida, es una ruleta rusa que puede salir mal.
Ningún creador, no obstante, se atrevería, nunca, a renunciar a su don, el de la creación, ni a su fruto, la criatura.