jueves, 12 de junio de 2025

Una última pincelada

    - ¡Malditas sean las musas y sus caprichos!

    El pintor lloraba, echándose las manos a la cara, arrodillado en el suelo. A sus pies un lienzo roto en mil pedazos, irrecuperable.

    - ¡Malditas seáis todas!

    Su perfeccionismo lo había enfrentado a las musas.

    El cuadro estaba terminado, y aquel rostro... aquel rostro era enigmático, profundo, aterrador, el rostro de la peor de las pesadillas. Lo había pintado con ímprobos esfuerzos, casi esculpiendo sobre el lienzo como un escultor haría sobre el duro mármol. Finalmente, allí estaba. El rostro mismo de los atávicos miedos del ser humano.

    De repente, y sin saber muy bien por qué, el pintor decidió ajustar una última pincelada, un pequeño detalle a la altura de una de las cejas. Mojó la punta del pincel y lo aplicó con sumo cuidado.

    Cuando volvió a mirar, el retrato había perdido toda su esencia. Sabía, además, que no tenía remedio, que lo había perdido para siempre.

    Gritó, golpeó las paredes con sus puños desnudos, arrancó el lienzo del caballete y lo quebró con sus propias manos, para acabar llorando sobre sus pedazos rotos.

    Las musas, seguramente, se reían, allá en el Parnaso, de su travesura.