- ¿Entonces?
- Entonces fue cuando decidí invertir. Pensé que el rendimiento de aquel capital me lo habría trabajado yo, yo solito, con mis estrategias, y no por mera suerte, sino por algo que podría sentirse parecido a la audacia.
- A la audacia, ya...
El tipo se incorporaba ligeramente cuando recordaba aquellas decisiones, como si no se arrepintiera de nada, con un brillo en los ojos que dejaba entrever que, en efecto, lo volvería a hacer.
- ¿Y qué tal fueron las inversiones?
- Desastrosas. Lo perdí todo en un santiamén. Ni yo me lo creía. Mi capital iba bajando hora a hora, los réditos eran insuficientes y no compensaban lo invertido.
- ¿Eran operaciones de alto riesgo?
- ¡Qué sé yo! -decía, y levantaba la mano como si apartara una mosca cojonera.
Lo miré. Me miró.
- ¿Y luego? -pregunté.
- ¿Luego? Luego inicié mi particular Gran Depresión. Cuando quise darme cuenta, vivía debajo de un puente. Y eso, amigo mío, eso es duro. Sobre todo cuando te lo has buscado tú solito.
Le pregunté si se arrepentía de algo, y me dijo que no. Me dijo que estaba esperando una segunda oportunidad, de esas que siempre llegan. Y, si volviera a salirle el dinero por las orejas, volvería a tratarlo de la misma manera.
Lo dejé bajo el puente, y crucé el río.
jueves, 11 de diciembre de 2025