jueves, 6 de noviembre de 2025

A trocitos

     Le cogió por sorpresa, esa fue la clave. No se lo esperaba. Si no hubiera sido así, otro gallo hubiera cantado, vaya que sí...

     Pero claro, el tipo agarró el hacha que estaba en la estantería con tal discreción, con tal rapidez, de forma tan certera y con intenciones tan ladinas, que apenas le dio tiempo a reaccionar y, cuando quiso darse cuenta, ya tenía al tipo reventándolo a hachazos.

     Tenía un tajo terrible en la sien, por el que sangraba profusamente. Le había dañado un brazo hasta el hueso y en el muslo comenzó a preocuparle la integridad de la arteria femoral.

     No sabía muy bien si iba a salir vivo de aquella, o si lo haría en plenitud de condiciones psíquicas, o si lo haría con todos los miembros sanos. Pero no era aquello lo que más le preocupaba.

     En lo que más pensaba, lo que ocupaba su mente dolorida mientras su agresor decidía si le cortaba un pie o le rebanaba el costado, era en cómo iba a vengarse de ese descerebrado, cómo lo iba a planear y de qué manera podía hacerle un daño mayor, un daño inconmensurable. Solo de pensarlo ya sentía pena del pobre cabrón.


domingo, 2 de noviembre de 2025

Un poco de vino tinto

     - Ponme una copita de vino tinto, por favor... -dijo, alzándole la mano al camarero.

     No había mucha gente, y el camarero volvió, apenas unos segundos después, con una bandeja sobre la que viajaba una copa que, con esmero, recogió con la mano libre y depositó sobre la mesa, ante el cliente, que le miró que ojos extraños, con familiaridad.

     - ¡Coño! Tú eres...

     No pudo decir más. El camarero, con la velocidad de un relámpago, tomó uno de los cuchillos que tenía a mano, sobre la mesa, y se lo clavó al cliente en el costado. Una cuchillada rápida, certera, de esas que atraviesan el hígado y que al salir, retorciendo la hoja del cuchillo, se llevan un trozo del órgano y las esperanzas de vida de la víctima.

     El cliente enmudeció, no dijo nada más, solo algún pensamiento silencioso pasó por su mente, confusión, desesperación, impotencia por no poder lanzar un grito acusador, y el camarero que se fue tan rápido como vino, y el vino que empezó a derramarse sobre la mesa, o era la sangre que brotaba del costado del cliente, sí, eso era, de color tinto igualmente, y comenzaba a tintar el mantel, y gotear al suelo, donde pronto habría una mancha creciente de líquido bermellón.

     El camarero puso su mente a toda máquina, planificando. El cliente ya estaba acabado, por ahí ya no habría problemas. Lo había reconocido, el cabrón. Pese al maquillaje disimulador, y la barba, y las gafas. Pero ya estaba acabado. Ahora había que explicarle al encargado qué había pasado, una buena historia, porque alguien había apuñalado a un cliente en el interior del restaurante, la historia iba a requerir una buena dosis de mentiras y de imaginación, pero es que, joder, es que no podía ser descubierto ahora, bastante le había costado encontrar aquel escondrijo, aquel disfraz para pasar desapercibido.

     De todos modos, este estaba muerto, y había muerto allí. Como sus socios vinieran a preguntar, y lo harían, qué había pasado, él se iba a ver envuelto en problemas, y de los gordos.

jueves, 30 de octubre de 2025

He sido yo

     El ambiente en el interior de aquel cuarto era tan opresivo que le costaba respirar.

     Le habían invitado a acompañarlos, y él no había sabido negarse. Luego lo habían introducido en aquel lugar, entre aquellas cuatro paredes, y le habían pedido que esperase.

     Desde entonces podían haber pasado unos minutos, o una eternidad, porque el paso de los segundos se le hacía insoportable.

     Se preguntó qué podía hacer, pero no encontró ninguna solución, ninguna salida. La luz de un foco, al otro lado de la mesilla, parecía apuntarle directamente a los ojos, cegándolo.

     Notó cómo gotas de sudor le recorrían las sienes. Iban a torturarlo, iba a terminar confesando todo lo que le pidieran que confesara, aunque ni siquiera sabía de qué podía acusársele.

     En un momento dado, sintió que unos pasos se acercaban:

    - ¡No, no! -gritó. - ¡He sido yo! ¡Confieso, confieso! ¡Yo la maté!

     Siguió así, entre gritos y llantos, durante un buen rato, confesando todo lo que se le ocurría, aunque no había hecho nada de lo que decía, solo por evitar la tortura.

     Gritaba tanto, y lloraba tanto, que le era imposible escuchar las palabras del interrogador que, algo sorprendido, le decía que no sabía de qué le hablaba, que él solo era el dentista, que su madre lo había traído a consulta para que le mirara las caries y, por supuesto, que si no dejaba de gritar no iba a poder mantenerle la boca bien abierta y no iba a poder hacerle la correspondiente revisión de los molares...

domingo, 26 de octubre de 2025

El objeto encontrado

     Había encontrado la caja sobre un banco, en la plaza. Al verlo allí, aparentemente olvidado, había levantado la cabeza y mirado alrededor, en busca de su dueño. Al no dar con él, pues la plaza estaba desierta, y al comprobar que amenazaba lluvia, lo había tomado, no sin un inconfesable sentimiento de culpa, y se lo había llevado, pensando que, tal vez, en el interior de la caja encontrara los datos necesarios para establecer la identidad de su legítimo dueño.

     Ahora estaba en su habitación, ante la caja, observándola. Estaba esta envuelta en un fino papel de regalo de color turquesa. Lamentablemente, no había ninguna tarjeta que indicara ni la procedencia, ni el destinatario de la caja y su contenido.

     Supuso que tendría que abrirla. No encontró otro paso lógico. Una vez tomada la caja para evitar su deterioro bajo la lluvia, dejarla cerrada, y guardada, sin la posibilidad de desvelar su secreto, le pareció una opción estúpida.

     Así que procedió a desenvolverla. Curiosamente, y esto fue algo que lo sorprendió, se encontró a sí mismo en tal estado de excitación, tan emocionado y expectante, que llegó a la conclusión, a priori, de que la caja contenía un regalo y que este regalo era, por supuesto, para él.