martes, 23 de abril de 2024

Sobre copias y originales

    - ¿Así que dices que las obras que vemos en los museos no son verdaderas? -preguntó.
    - A ver -contestó el otro con parsimonia-. Son verdaderas, están ahí... pero no son las originales.
    - Son copias, vamos.
    - Así es. Visto lo visto, los museos decidieron colgar copias para no deteriorar las originales. Estas están bien guardadas en un depósito.
    - Pero eso es una estafa...
    - A nadie le importa demasiado, fíjate. Ojos que no ven, corazón que no siente. A la gente le da igual. A la mayoría le da igual. Visitan el museo solo para decir que han estado. Y si les interesa, pero no saben lo del cambiazo, la experiencia estética es tan intensa con la copia como con el original.

    El otro se rascó la sien, pensativo.

    - Pero, entonces, las grandes obras de la historia están ocultas a la vista. ¿Para qué crear belleza, si nadie puede disfrutarla?
    - Nadie, o solo los elegidos.
    - Pero eso es elitista.
    - Como lo fue siempre, querido amigo, como lo fue siempre. La diferencia es que ahora, con las copias a modo de placebo para el vulgo, la élite es más discreta...

viernes, 19 de abril de 2024

Sorbo a sorbo

     Accedí a aquel café por cortesía, en realidad. No me apetecía ni lo más mínimo. Después de pasar el día recorriendo el vecindario, llamando a puertas y haciendo preguntas, hubiera preferido, de hecho, algo fresco. Pero la dama me lo ofreció sin esperar mi consentimiento, dando por sentado, quizás, que preguntarme sería ponerme en un compromiso.

    En definitiva, allí estaba yo, tomando un café con la dama del 224 de Anchor Street.

    - ¿Y bien, agente? -preguntó, mientras me invitaba a tomar asiento.
    - No sé si ha oído hablar, señorita, de la ola de desapariciones que está asolando el barrio en los últimos meses. Creo que puedo hablar de ola, en efecto, pues el número de desaparecidos, que sepamos, se eleva a siete.
    - Sí -contestó ella, mostrando preocupación. - Se oyen cosas, por supuesto. La gente lo comenta, todo el vecindario está preocupado...
    - Por supuesto. Me hago cargo. Por eso estamos aquí, para detener al culpable.
    - Seguro que sí -afirmó, con una cándida sonrisa.
    - El caso es -continué, dando un sorbo al café-, que quería preguntarle si había visto algo, oído algo, tal vez algún grito, alguna carrera...
    - ¿Se refiere a la noche, agente? Yo es que duermo como un angelito...
    - ¿Y por el día?
    - No. No he oído nada.

    Cerré los ojos. Me estaba mareando. Tenía ganas de volver a casa. Demasiado trabajo.

    - Y ese delincuente, agente... ¿sabe cómo captura a sus víctimas? Si me permite la pregunta.
    - Aún no lo sabemos. Si siquiera sabemos si los desaparecidos son víctimas de un delincuente...
    - Ya.
    - Aunque podría ser así, claro.
    - Claro.
    - Este café sabe raro, ¿no?

    La dama, entonces, desplegó una deliciosa sonrisa.

    - No creo, agente. Tal vez esté usted notando el sabor del somnífero que le he puesto...

    Antes de oír el final de la frase, caí de bruces sobre la mesilla, derribando con estrépito todo el servicio de porcelana.


martes, 16 de abril de 2024

El viaje en el tiempo

    El 21 de abril de 1984 Tomás apareció en su casa de Villanueva de los Infantes y les dijo a sus padres, muy agitado, que había viajado al futuro, que había visto cómo era y que había regresado para contarlo.

    Los padres le dijeron que sí, que por supuesto, le dieron una palmadita en el hombro y le preguntaron qué quería para cenar, si tortilla o longaniza.

    Tomás, que había notado que los viajes en el tiempo daban mucha hambre, dijo que ambas pero, al mismo tiempo, se metió en su habitación y empezó a escribir. 

    Estuvo escribiendo sin parar durante una semana y, aunque el chico comía bien, sus padres empezaron a preocuparse.

    Al séptimo día, Tomás salió de la habitación y les contó a sus padres que había descrito el futuro en unas páginas, que el futuro era chocante y horripilante, que ahora guardaría las hojas en un sobre cerrado y que volvería a abrirlo cuarenta años después para demostrar al mundo que había viajado en el tiempo.

    Los cuarenta años se cumplen este fin de semana. A nadie le importa un pimiento, ni siquiera al propio Tomás, pero en un cajón viejo de una casa vieja en Villanueva de los Infantes hay un escrito que iría a demostrar, a quien le importara, que los viajes en el tiempo existen.

    Si pudiera, ahora, hacer otro viaje en el tiempo, Tomás volvería a 1984.


jueves, 11 de abril de 2024

La cola

     Llevaba en la cola tanto tiempo que casi había perdido la cuenta de los minutos, de las horas. ¿Qué hora era cuando se puso el último y comenzó su espera? Notaba los segundos caer, inclementes, como mazazos sobre su cabeza.

    Ponerse a la cola había sido un gesto de optimismo extremo, ahora lo veía claro. Era una cola larga, muy larga, pero tan bien formada que, no sabía muy bien por qué, tuvo la impresión de que iba a avanzar rápido.

    Ahora, varias horas después, las piernas comenzaban a fallarle y el dolor de espalda comenzaba a aparecer. Miró allá, a lo lejos, al horizonte, y divisó, al fondo, el punto de destino. Comenzó a sudar y sintió que se desmayaba.

    Solo se recuperó tras mirar hacia atrás. La cola, ahora monstruosa como la de un Leviatán, se extendía hasta el infinito, se perdía en perspectiva como un punto de fuga. Debían de ser cientos, miles. Formar parte de algo tan grande, tan largo, en este caso, le llenó de un sentimiento parecido al orgullo. Todos aquellos, los de atrás, estaban más lejos que él de acceder al objetivo.

    Si ellos no se quejaban, él tampoco lo haría.