lunes, 11 de agosto de 2025

Crónicas de la ciudad perdida

     Cuentan las crónicas que hubo un tiempo en el que, en estos campos, estuvo lloviendo durante cuarenta años seguidos. El nivel de las aguas subió y alcanzó aquel pico de allí.
     
     Las gentes hicieron lo posible por adaptarse a la nueva situación. Muchos perecieron; algunos optaron por ascender y vivir en las alturas, lejos del líquido elemento. Estos son el origen de la raza árida, ya los viste. Son más altos, y no necesitan del agua para sobrevivir.

     Hubo otros que se quedaron. Se rodearon de agua, de humedad, y convivieron con ella hasta que se acostumbraron a respirar bajo la superficie. Estos son el origen de la raza húmeda, seres híbridos, anfibios que combinan sus ciudades submarinas con expediciones en superficie.

      Entre estas dos razas, como siempre ocurre con los seres humanos, estalló la discordia.


domingo, 3 de agosto de 2025

El interior de la oscuridad

    A partir de un cierto punto, era imposible ver nada.

    Le habían dicho que lo disfrutara, que era uno de esos curiosos fenómenos que solo se dan, en determinadas circunstancias, en ciertos lugares del planeta. Lugares especiales, circunstancias extraordinarias.

    Disfrutarlo, no obstante, se había convertido en una cuestión de valor. Porque el paisaje, exuberante en condiciones normales, desaparecía de repente; porque la negrura era tan intensa, tan espesa, que apenas permitía mantener el sentido de la orientación; porque era una niebla negra, un manto de nada, que atraía pensamientos tan oscuros con ella misma.

    Dio unos pasos al frente y se situó al borde de la oscuridad. Era como aguardar en la frontera entre dos mundos diferentes. Uno, lleno de luz, de formas diáfanas y coloreadas; otro, negro, informe, irreconocible, indescifrable.

    Se le ocurrió que podría entrar en la oscuridad y encender una luz, o atarse un hilo a la cintura, como Teseo. Lleno de atrevimiento, tomó una linterna, amarró una cuerda a un árbol y penetró, con ambos objetos en la mano, al interior de la oscuridad.

    Nunca más salió.

viernes, 1 de agosto de 2025

El precio de una oveja

     - ¿200 euros? ¿En serio? ¡Qué morro!
     - A ver, es manchega.
     - ¿Y qué me cuentas?

     La verdad es que 200 por una oveja, manchega o no, le parecía demasiado. Si lo hubiera sabido antes, se lo habría pensado; pero claro, llegados ya a este punto, no iba a decir que no. ¡Se las sabían todas, estos vendedores!

    - Todavía es joven, la puedes usar para reproducción.

    Para reproducción o para lo que fuera. 200 euros era una barbaridad. Pagó a regañadientes, cogió a la oveja y se la llevó, bien agarradita por el cuello.

     Todavía iba refunfuñando cuando la oveja frenó en seco. Él notó el tirón, frenó en seco y miró hacia abajo. Allí estaba ella, observándolo. Y de repente, como quien no quiere la cosa, la oveja dijo:

    - 200 euros tampoco es tanto, hombre. Yo no los tengo, pero si los tuviera... ¡ay, si los tuviera!

    Al hombre se le heló la sangre y sintió un repelús, como si todos los vientos gélidos de La Mancha hubieran atravesado sus riñones al mismo tiempo.

    Empezó a pensar que igual la oveja tenía razón, y que 200 euros tampoco era tanto...

lunes, 28 de julio de 2025

Yo ya no hago esas cosas

     - ¡Dispara!
     - Estoy jubilado.
     - ¿Pero qué coño dices? ¡Dispara de una vez, maldita sea!

     Parecía que los matones no tuvieran derecho a retirarse.

     Le había dicho ya a su jefe que lo dejaba. Este le había dado el visto bueno, joder. La cosa estaba clara. El asunto había quedado zanjado.

     Y ahora se plantaba allí, su jefe que en realidad era su antiguo jefe, con aquel soplón molido a hostias, aquel pobre don nadie, para que él, ya retirado, lo rematara de un disparo en la cabeza.

     - ¡Venga, hombre!

     Esa puta manía de los peces gordos de no mancharse las manos de sangre. Y esa otra manía, más jodida sí cabe, que es la de mantener los lazos con todos, hasta con los que ya no están en el negocio. Si eres un matón, lo eres para siempre, ya se sabe.

     - ¡Dispara, joder! ¿Estás tonto o qué?

     No le gustaba el tono. Él estaba jubilado. ¿Qué era tan difícil de entender? Se giró, pistola en mano, y disparó. Vaya si disparó. A su jefe, en la cabeza.

     El soplón vio el cielo abierto y, entre sollozos, se largó por patas. Y ahí se quedó él, con el cadáver del jefe en el recibidor y una pistola humeante en la mano. Y el dedo en el gatillo, bien apretado.

     - ¡Te había dicho que estaba jubilado, joder!

     Perra vida, la del matón.