viernes, 24 de noviembre de 2006

El maravilloso mundo de la incomunicación

¿Qué hay de la desagrabadable sensación de hablar y hablar, de emitir las ideas más interesantes y hacer públicos los pensamientos más productivos durante horas y horas para, a fin de cuentas, no ser escuchados en ningún momento? ¿Acaso soy el único que la padece, acaso soy el único a quien le preocupa?
Al principio detectas ojos que te observan, escrutadores, que parecen analizar cada uno de tus gestos, aunque sabes perfectamente que no te escuchan. Con el tiempo los rostros se vuelven borrosos, apenas te molestas en distinguirlos, qué más da, como si miran para otro lado.
Sientes que estas predicando en el desierto. Sólo llega a tus oídos el eco de tu voz, tus palabras repetidas mil veces, sin aportes ni modificaciones.
A ratos te sientes solo, a ratos agradeces esa situación, a ratos te preguntas hasta dónde puede llegar esta incomunicación, si todos viviremos encerrados en cápsulas individuales, sin contruiremos más barreras para el sonido.
Y lo más curioso de todo es que sigues hablando, y hablando, por si acaso, tarde o temprano, alguien se digna a prestarte atención...